Periodistas serios y periodistas corruptos

Todos los periodistas y las periodistas se venden. Imposible no hacerlo. La diferencia está en la manera de venderse.

Unos lo hacen con base en el chantaje, el ruido, el insulto, las insolencias, las calumnias, las infamias… Son transgresores sempiternos de los límites de la libertad de expresión del pensamiento. Y apasionados por la victimización cuando le reclaman re-encarrilarse en el respeto a la intimidad y el buen nombre de las otras personas. Son finos; tienen predilección por la buena vida, y para lograrla arremeten contra todo el mundo y hasta usan y explotan a sus séquitos pagándoles salarios de sobrevivencia, todo lo contrario al discurso de dignificación que enarbolan.

Camaleónicos al fin, pueden sobrevivir sin mayores problemas en todos los ambientes, en todos los gobiernos: morados, blancos, rojos, mameyes, marrones, amarillos, azules, verdes. Siempre rondan el poder, lo aman, y éste, conociéndoles, los usa a su antojo. Total, puro intercambio. El poder siempre necesita mercenarios encubiertos o declarados.

Estos rediseñan la ética y la decencia, y la adecuan a su talle de vividores. Son expertos en demonizar y excluir a quienes no comulguen con sus preceptos y se nieguen a montarse sobre las olas de su perversidad.

Su puntería es sin embargo perfecta para inocular olvido y agenciarse, si no indulgencias de los agredidos, canonjías, casi siempre a través de familiares testaferros. Proverbial su capacidad para enmascararse y ofertarse como serios, y de paso etiquetar con sus propias tachas a los demás. Son los vivebien del periodismo, y a golpe de apandillarse y reconocerse entre ellos, se han creado un grueso caparazón de prototipos de la honestidad que ni los osados se atreven a tocar. Demasiados beneficios dan las caretas. Su gasolina es el dinero, mucho dinero.

Otros periodistas también se dejan comprar. Pero diferente. Su precio en el mercado está dado por su compromiso social y un estricto apego a una ética no acomodada, aunque no lo pregonen ni los consideren héroes.

Cuidándose siempre de engañar a los públicos, estos no pregonan una falsa independencia periodística; no asumen la estrategia del chantaje como vía de enriquecimiento; critican al poder, pero le conceden razones; no se apandillan ni son dados a las apologías; huyen a dañar la reputación ajena; no airean información si no está corroborada, y menos si es comprometedora. Aborrecen la bulla mediática, el apandillamiento y las manipulaciones como mecanismo de arrodillamiento. Ejercitan a diario su convicción de rechazo a la simulación, sin dejar la crítica constructiva; no se ufanan de serios ni pasan facturas por debajo de la mesa por el trabajo realizado… Su gran defecto: como no están a la moda del chantaje y los gritos, suelen pasar inadvertidos.

De unos y de otros hay en el Gobierno, en PLD, en el PRD… en todas partes. Porque la profesionalidad periodística no ha sido patentizada por unos cuantos autollamados garúes, ni por jurásicos y su cola de incondicionales, aunque por el momento tengan la posibilidad mediática de inyectar tal mentira a perceptores y perceptoras.

Entre los detalles desagradables del proceso electoral terminado el 20 de mayo, resalta el afán de satanizar a cuanto periodista se atreviera siquiera a esbozar las probabilidades de triunfo de Danilo Medina y no optase por integrarse al coro propagandístico de gritar ladrones al Presidente Fernández y a sus funcionarios. Para ser serio había que sumarse de manea incondicional a los ataques despiadados.

Si un daño grande se le ha hecho al periodismo dominicano y su credibilidad es vender al público un maniqueísmo tan irresponsable. Porque para ser serio y buen profesional no hay que ser enemigo visceral ni adocenado del Gobierno ni de la oposición. Tampoco corrupto, pues esa plaga anda por todas partes, y para librarse de ella no basta con formar camarillas y cantaletearlo sin cesar.

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