SANTO DOMINGO, República Dominicana.- La secuencia con que últimamente se han producido a mano armada los asaltos a tres sucursales bancarias constituye un serio desafío para la Policía, las autoridades y para la propia sociedad, que contempla alarmada e impotente cómo los delincuentes hacen de las suyas y no se detienen ante nada.
Fuera del perjuicio económico para esas entidades, lo peor es el sentimiento de inseguridad que puede proyectarse en clientes y ciudadanos en general, al observar como el crimen avanza con nuevas modalidades delincuenciales.
En semanas recientes, se puso de manifiesto otra práctica delictiva, la de asaltar a parroquianos en establecimientos comerciales, un procedimiento que de ser replicado aumentará el temor de la gente de salir de sus casas a compartir con parientes y amigos en algún lugar.
¿Es acaso que la situación en el bajo mundo de la delincuencia ha llegado ya a un nivel tal de incremento y gravedad que las personas tendrán que abstenerse a tomarse un merecido momento de descanso y disfrute?
¿Puede una sociedad vivir bajo la constante amenaza de aquellos que han decidido vivir del crimen y que no les tiembla el pulso para matar a sangre fría, como ocurrió este jueves con un joven vigilante privado? ¿El proyecto de ley de armas es en realidad un disuasivo o un estímulo?
A la luz de esta situación, es evidente que hasta ahora han fracasado todos los planes diseñados para prevenir y combatir la delincuencia. Y que la respuesta no sea ahora, como en otras oportunidades, insultar la inteligencia, citando cifras y atribuyendo todo a percepciones, actitud que nada resuelve y que ahonda las heridas de los parientes de las víctimas de robos, asaltos y raterías callejeras.