Escuché decir que el gobierno debía renunciar al acuerdo Petrocaribe debido a que endeudará al país por decenas de años. Aunque esa deuda sigue creciendo y con el tiempo no habrá forma de pagarla, la sola idea de pensarlo sería un acto de locura política con derivaciones demoledoras en la economía. Puede criticársele al gobierno, este como el anterior, que no haya transparentado el uso de los recursos provenientes de ese acuerdo de financiamiento de buena parte de nuestras importaciones de petróleo y sus derivados. Y más aún, podría acusárseles de mal emplearlos en obras o actividades no prioritarias, con objetivos esencialmente partidistas. Pero en la situación actual del mercado del petróleo, renunciar a Petrocaribe sería un error.
Si el país tuviera que pagarle a Venezuela todo el monto de la factura petrolera, las finanzas del gobierno sufrirían de inmediato y los precios internos de la economía sentirían una fuerte sacudida. En la actualidad, la Refinería, que es el único importador de crudo y combustible obligado a ceñirse a los términos del acuerdo, sólo paga una parte del valor de sus compras al país suramericano, entregando el restante al gobierno, suma esta que queda como una deuda soberana.
Si bien a largo plazo los compromisos de deuda derivados de Petrocaribe serán una dolorosa carga para el Estado, por el momento opera como un bálsamo, el que si bien carece de propiedades curativas por lo menos ayuda a soportar el dolor de las heridas económicas.
En vista de esta realidad, preciso es reconocer que Hugo Chávez fue buen aliado de Leonel Fernández, como en su momento llegó a serlo de Hipólito Mejía, esperando ahora que la bipolaridad temperamental del heredero del coronel, el inmaduro presidente Maduro, no excluya del juego al gobierno de Medina, como una vez lo hizo, y de qué manera, quien suele hablarle como un “pajarito”, y nos deje sin combustibles.
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