ROMA, 16 septiembre 2013.- De esas cosas que me decía Juan Bosch para que las aprendiera y archivara para el futuro, una que recuerdo fue su severa afirmación de que un Secretario de Estado de Relaciones Exteriores de aquellos años había alcanzado el puesto porque consiguió que aquel embajador de un país americano le solicitara al Presidente que lo designara Ministro.
Era otra época, y el placer entre géneros del mismo sexo no era de buena fama.
El Maestro me decía que ese Ministro había alcanzado el cargo porque pagó el favor conviniendo con el Embajador la realización de intercambios considerados en aquellos doce años poco decorosos.
Nunca dudé de la veracidad de lo que me dijo el Maestro. Parecía una exageración. Decirlo entonces hubiese sido una locura. A Bosch lo presentaban como un desquiciado en uno de sus medios aquellos amigos del Ministro.
Para los detractores del Maestro Juan Bosch ser boschista es un ‘‘delito’’. Como oportunistas de entonces y de ahora, son enemigos del Partido y de Juan, perversos y corruptos infiltrados en posiciones públicas y sociales de prominencia que nos obligan a conceder una reciprocidad humillante.
Ahí está la raíz entonces del otro bochorno. En el mal ejemplo y la impunidad. En el relativismo moral, político, económico, social y religioso al que hemos sucumbido. Una indiferencia que causa espanto.
El agape o la caridad, el philos griego que rescataron como amor desinteresado los primeros cristianos, se transforma en esta época postmoderna en un monstruo mezclado de Eros y Storgué depredador de menores.
Esa conducta amoral e inmoral, delictiva en consecuencia, también pone al desnudo los extremos impúdicos de la confusión y la enajenación a que ha llevado a algunos la publicidad y el entramado de la llamada revolución sexual.
La consecuencia en nuestra patria ha sido la visita extranjera delictiva y criminal, como aquella impunidad que humilló en 1996 al pueblo dominicano al producirse el satánico asesinato del niño Llenas. Aquel horrendo crimen que no tuvo ninguna sanción para los extranjeros que huyeron hacia el Sur de América amparados por las convenciones internacionales.
A fin de cuentas, tenemos que reconocer que la grave descomposición que arropa la sociedad dominicana es terreno apropiado donde germina y fructifica la conducta perversa de estos delincuentes depredadores.