Pleplas, desorden y modelo de éxito perverso

Patas arriba andamos. El signo de este tiempo, aquí, es una generalizada crisis de responsabilidad social y una tendencia cada vez más pronunciada a la monserga mediática constructora de  falsos líderes y encubridora intencional de las causas del caos.

La palabrería o facundia y la insolencia, adobadas con gritería a la máxima potencia, arruinan la razón y exacerban la emoción. Lo  banalizan todo sin dejar ver ni rastros del fondo.

La competencia del momento se basa en el que más que ruido haga con los insultos en aras de intereses particulares. Y la estrategia que ayuda a ganar en ese escenario hostil es la mentira y la pose amanerada.

En esa práctica coinciden gobernantes y opinantes públicos que se arrogan la representación de los gobernados. Un juego colonizador de mentes desprevenidas que apuesta a entender la excelencia a través de índices fríos y posesión de mucho dinero sin importar la procedencia.

No es fortuito que los enriquecidos al vapor sean encaramados con recurrentes apologías al trono de la honestidad, la seriedad y la nobleza familiar; mientras cualquier hijo de Juanita la del barrio es objeto de filípicas con mucha facilidad, y jamás perdonado ante el mínimo error cometido.

Y en ese contexto, los medios deberían jugar un papel más activo, más allá de su discurso idílico de objetivos y respetuosos de la libertad de expresión y difusión del pensamiento.

Los impresos no deberían servir para perpetuar historias falsas emitidas por aspirantes a cargos públicos y a empresarios del mal. Radio y televisión no deberían ser medios para vocear lo que sea en contra de quien sea sin el mínimo criterio profesional. Menos la Internet, pese a su apertura “ilimitada”.

El nuevo entorno tecnológico ha obligado a radicales transformaciones en el periodismo convencional. Transformaciones que implican más compromiso del periodista con la profesionalización y la ética; no al revés como desean algunos tecnofílicos de nuevo cuño y pájaros de mal agüero de profesión tan noble en su afán por justificar sus incursiones mediáticas desenfrenadas.

Tales compromisos abarcan a los usuarios de todos los medios, en especial los digitales. La publicación de sus ideas debería acompañarse de los nombres y direcciones electrónicas reales de los autores, no con seudónimos que escondan intenciones morbosas, calumniosas y difamatorias.

En un sistema democrático, cada quien tiene derecho a opinar, mas no a delinquir bajo la “protección” electrónica de un nombre falso. En la Red, emisores y perceptores en el ejercicio de sus derechos comparten responsabilidades, y cuando en ellos falla el compromiso ético, se impone la arrabalización. La filtración de las opiniones controla un poco la situación, pero no basta, conocidas las evidencias de Perogrullo en la ideologización de los procesos de selección de contenidos.

Sufrimos muchos problemas económicos, sociales, ambientales, políticos… Demasiados como para perder el tiempo en plepas mediáticas. No espera más el desorden construido por décadas a golpe de abandono oficialista e indiferencia de los gobernados  Cambiemos la mirada hacia los barrios abandonados, hacia las provincias desguasadas como Pedernales. Y hablemos con los hechos.

Nace un nuevo país cuando cada quien se levanta y asume su responsabilidad social. Un buen ejercicio para comenzar sería preguntarse: ¿Qué he hecho yo, que hablo tanto? Me critico, ¿Y usted? tonypedernales@yahoo.com.ar