¿Qué habrá empujado a Joaquín Archivaldo Guzmán Loera (El Chapo Guzmán) a evadirse por segunda vez de una prisión de máxima seguridad, a la que ha vuelto recapturado a esperar los trámites de su extradición a los Estados Unidos?
Dos de los pocos placeres que puede disfrutar tras los barrotes de una cárcel o en el estresante ajetreo de sus escondites: el delirio de grandeza y la espectacularidad. Son sentidos que les ha descubierto a la vida un hombre que a pesar de haber labrado a fuego y sangre una de las más grandes fortunas del mundo, rebasó los sesenta años sin poder disfrutar de privilegios tales como los de pasar a recoger a sus nietos y llevárselos a cualquier lugar a escuchar sus ocurrencias y a consentirlos; que no puede ir a una misa o un culto de domingo y luego llevar flores frescas a la tumba de sus progenitores, o juntar a toda la familia para degustar un asado, o que rumbo a su casa no se le puede ocurrir pasar por el bar de su preferencia a pedir un par de tragos y charlar con amigos.
Y que no me digan que en sus escondites y la propia prisión podía recibir hembras de revistas y las mejores bebidas, que eso no llena a un megalómano exhibicionista, y no conozco un buen vino, ni la mejor mezcla de escoses, ni de ron, tequila, vodka o ginebra, ni de la mejor cerveza que puedan disfrutarse sin distensión.
En definitiva se busca dinero para cubrir las necesidades básicas de la vida y actuar con libertad, que es la de saber que puedes hacer las cosas dependiendo de ti, pero Joaquim Archivaldo Guzmán Loera nació en la extrema pobreza y como un pobre diablo morirá porque lo más de mil millones de dólares que le atribuye Forbes, nunca les alcanzarán para una vida feliz.
Conocía la experiencia de Pablo Escobar y sabía que el Estado no vence al narcotráfico, pero si a los narcotraficantes que les representan un desafío, por lo tanto sabía que su fuga era una escaramuza peligrosa y de corta duración, pero tenía un gran atractivo para su adrenalina: sería un asunto espectacular del que se hablaría en todo el mundo, por eso la emprendió, aunque poco tiempo después le pisaban los talones y tenía que andar en movimientos constantes.
Era demasiado curtido en asuntos de inteligencia como para no saber los riesgos de sus contactos con la actriz Kate del Castillo y con hollywoodense Sean Penn y otros cineastas, pero ahí se jugaba un objetivo prioritario para sus 62 años: dejar una historia que represente un futuro menos ominoso para su familia, lo que solo podía lograrse si los argumentos del libreto los aportaba él mismo, de todas maneras lo iban a recapturar, pero que ocurriera tratando de presentarse como un capo bueno, que solo actuaba para defenderse y que se metió a narcotraficante porque el medio en que nació no le ofertó otra cosa, y vinculado a nombres que solo podían aportarles popularidad y admiración, no era mal final.
Un factor que le facilitaba correr el riesgo de la fuga, era saber que Estados Unidos lo quería vivo y que para Enrique Peña Nieto, no había prenda más importante que recapturarle con vida, que el riesgo de muerte era ajeno.
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