Uno de los retos de cualquier partido político, con un proyecto de sociedad y vocación de poder, es el que representa la tendencia global a la aparición y desarrollo de movimientos contestatarios, críticos o que desafían las formas tradicionales de representación política.
El rescate y valoración de la democracia directa e “inmediata”, de lo asambleario y plebiscitario, representa un valor en tanto reclama el involucramiento directo de los actores ciudadanos en los procesos de decisión. Pero el riesgo de que se asuman posiciones y decisiones que nieguen la necesidad de procesos y procedimientos de construcción de consensos es una amenaza importante para el carácter democrático que anima los reclamos de esos movimientos. Además, en todo proceso realmente democrático, es imprescindible garantizar el espacio de las minorías y de las mediaciones o de la construcción de soluciones integradoras. Estos procesos, sus virtudes y sus riesgos, son en la actualidad un tema de debate académico de los estudios de las ciencias sociales y políticas.
Lo político está siendo transformado y la acción ciudadana extra institucional se está volviendo una dimensión normal de la política, que debe ser tomada en cuenta en la gestión de la gobernabilidad; lo que amerita el reconocimiento de los partidos políticos, aunque todavía no se tenga un marco claro de definiciones y estrategias que permitan superar la incomodidad de la incertidumbre y lo emergente que caracteriza este tipo de manifestación social y política. No es una moda pasajera ni un fenómeno efímero.
Es importante prestar atención a los reclamos y la naturaleza de la movilización social extra institucional: la política más allá de los partidos, congreso, ayuntamientos, funcionarios, etc.
Comprendamos, también, que en las modalidades tradicionales de la estructura de participación y afiliación de los partidos ha predominado la dimensión territorial y la agregación vertical en la que la relación jerárquica quedaba establecida casi espontáneamente. La explosión de las redes sociales y la ruptura de la relación jerárquica, vertical y territorial, indica que estas viejas formas y estructuras no dan respuesta a los nuevos fenómenos y tendencias derivadas de la sociedad, de las redes sociales y de las innovaciones en las tecnologías de información y comunicación.
¿Debemos abandonar las estructuras de afiliación territoriales y la organización vertical de la representación y delegación deliberativa? Creo que no. O por lo menos no de forma absoluta. Pero sí debemos complementarlas con procedimientos y mecanismos receptivos de lo que pasa en la sociedad civil, que se articulan a través de las redes sociales y los movimientos ciudadanos no estructurados.
Necesitamos incrementar la sensibilidad y la capacidad de diálogo entendiendo que los procesos formales, intrapartidarios, servirán para agregar las voluntades de aquellos que formamos el partido, que constituimos la base dura de electores, pero es importante reconocer que la producción de consensos exige que nuestra verdad, nuestra postura, sea negociada de forma flexible e inteligente con otras posturas y voluntades, aunque éstas no estén revestidas ni de la formalidad ni del tipo de representatividad al que estamos acostumbrados. Y, si faltara un argumento pragmático, debemos reconocer que sólo con los afiliados no se ganan elecciones.
Necesitamos lo que actualmente se denomina escucha activa. Si hacemos la interacción constante con los movimientos y redes sociales al mismo tiempo que mantenemos e intensificamos los procesos deliberativos formales internos de los partidos e integramos la consulta pública abierta, masiva, sobre asuntos importantes, ambos espacios o ámbitos se van a afectar de forma recíproca.
En gran medida, desarrollar esta cultura y procedimientos de diálogo deliberativo en la construcción de la gobernabilidad determinará si nuestros incipientes movimientos ciudadanos terminarán fortaleciendo y renovando la democracia o si serán una expresión de su debilitamiento y agotamiento progresivos.
Apostemos por la intensificación y desarrollo de la cultura de dialogar, discutir, discrepar y trabajar para producir consensos, tanto dentro de las estructuras formales, territoriales y verticales de la vida partidaria, como en el marco de la interacción de lo institucional con lo extra institucional e informal.
Sería importante que los procedimientos y procesos de discusión del partido consagraran una dinámica regular de revisión y consulta sobre la gobernabilidad y la gestión de la sociedad, digamos por lo menos una vez al año. Y que de igual modo, frente al surgimiento de movimientos y demandas sociales desde la calle y las redes, contemos con un procedimiento sistemático y una actitud inmediata de prestar atención. Estas medidas implicarían el comienzo de un cambio político importante, que repercutiría en cada uno de nosotros y que, además, nos haría crecer como nación.
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