Han terminado los plazos. Ahora el pandero va a las manos de poco más de 6.5 millones de votantes quienes, en una fecha tan cercana como el 20 de este mayo lluvioso, día de los comicios presidenciales, lo tocarán conforme hayan sentido el impacto de la campaña electoral de un año, y de su propia cotidianeidad.
Lo que hasta el momento han registrado las más acreditadas encuestas de opinión electoral es un derrumbe en la intención de voto a favor del candidato presidencial opositor Hipólito Mejía, y un incremento sostenido del oficialista Danilo Medina, hasta separarse 6 puntos porcentuales (Gallup) de su contendor y presentar altas probabilidades de superar el 50 por ciento más uno requerido para ganar en la primera vuelta.
Pase lo que pase en el certamen, aflora sin embargo una verdad de a puño: el comportamiento público de estos candidatos durante la jornada ha sido causa importante del subibaja de la intención de voto verificado por los sondeos de opinión con muestreos probabilísticos. Uno no ha logrado venderse como un hombre cambiado; muestra señales de ser incorregible, prepotente y sordo para consejos. El otro ha lucido metódico, ceñido al “librito”, inofensivo, conciliador.
A mediados de 2011 Mejía lucía imbatible frente a cualquier candidato que escogiera el Partido de la Liberación Dominicana (PLD), pese a que carga sobre sus hombros una gestión presidencial nada envidiable y un agudo conflicto interno tras la convención del 6 de marzo de 2011, considerada fraudulenta por el otro aspirante, el presidente del partido Miguel Vargas. La población sufría el impacto de la crisis internacional y lucía desesperanzada con la ejecutoria del Gobierno; situación que se agravaba con la inamovilidad del gabinete y el silencio sepulcral inexplicable ante las embestidas de acusaciones de corrupción que a través de todos sus frentes formulaba el partido blanco.
Mejía hasta sorprendió de manera positiva a muchos de sus desafectos por su arranque como hombre mesurado, cauteloso en el hablar, sin gestualidad arrebatada, incluyente, respetuoso. Estuvo quizá muy cerca de conquistar un perdón de los no partidistas a su nefasta gestión de gobierno (2000-2004).
Pero “la alegría dura poco en casa del pobre”. Demasiado belleza como para que fuera algo diferente a una quimera. Su “nueva conducta”, celebrada por muchos, duraría “menos que un grano de maíz en un gallinero”. Perdió los estribos en cuanto comenzó a sentir los rumores de los ataques nada personales del candidato oficialista Danilo Medina y su equipo.
Desde entonces se ha casado con los desaciertos, y la arrogancia, las amenazas y la incursión en asuntos personales de los rivales, les han rebrotado. Han sido el buque insignia de su propaganda, como si viviera los tiempos de la Revolución Bolchevique o las dos guerras mundiales o la Guerra Fría. Y con todo ello, al parecer se ha ganado el alejamiento de un segmento poblacional necesario para ganar las elecciones.
Este ex Presidente y candidato aprovecha cada intervención pública –que son muchas– para resaltar que él es un hombre honesto; y su familia, modelo de integración, decencia, remanso de paz y monumento a la honradez.
Es cuando aprovecha para vomitar expresiones a leguas imprudentes en términos propagandísticos. Desbarra la moral de sus adversarios con todo y familias. Les cuestiona la condición sexual (sexualidad del Presidente); el origen de sus bienes (a Fernández y a Medina); la supuesta debilidad de la familia (a Fernández)… La descalificación rabiosa de cualquier adversario la tiene en la punta de la lengua, igual que la carencia de sincronía entre su pensamiento y la verbalización, lo cual le ha impedido sistematizar un discurso sobre los principales problemas nacionales.
Como líder de una parte del PRD, con sus acciones virulentas parece que ha fanatizado más a los fanáticos, reconocidos como votos duros. Pero ha alejado quizás a quienes dentro del quehacer político tradicional buscan otros aires y son decisivos para la batalla final.
Danilo Medina, el del oficialismo, comenzó seco, distante, sin el carisma de su rival. Con discurso e indumentaria desentonando casi siempre con los escenarios populares. Lejos del nivel de lengua culto popular, sin anécdotas, sin salidas discursivas brillantes. Tras ganar las elecciones internas, salió al ruedo solo con su fama de estratega partidario, secretario de la Presidencia renunciante, de un tipo solidario y respetuoso y con una propuesta diferente a la de Fernández para aminorar la pobreza nacional.
Pero era insuficiente. Así no ganaría.
A la vuelta de un año, los cambios para bien de él son evidentes. Y no se descarta que estos se hayan traducido en la mejoría en la intención de votos de las encuestas.
Ha dejado a un lado los excesos de formalidad en ambientes informales. Se ha arremangado la camisa y se ha puesto los jeans, aunque aún acusa debilidades (menos que antes) en la dinámica gestual, en el caminar y sentado. Tímido en apariencia pero hace esfuerzos por sonreír. Su discurso coherente y enjundioso, lo ha diversificado en función de los públicos. Ahora cuenta anécdotas, empata más con los electores. Sus presentaciones en espacios formales han sido aplaudidas. Ha mantenido su campaña sin trascender lo personal ni familiar, llamando siempre a un gobierno de unidad nacional sin importar los colores. Ha compactado a su partido y aliados. Las amenazas, las agresiones y el odio no están entre sus tácticas de propaganda. Ni por asomo apuesta a la exclusión ni a la agresión.
Es probable que la prudencia exhibida por Medina haya contribuido a acercar a los temerosos del desorden. E inclusive es posible que una parte de los electores inconformes con la gestión de gobierno actual y con las inconductas de algunos funcionarios, haya decidido posponer su rabia para identificarse con la mutual victimizada por el discurso de descalificación, amenaza y miedo: Danilo Medina y Margarita Cedeño.
Como van las cosas, con un Gobierno re-posicionado en las percepciones, el 21 amanecería con el primer presidente sureño de esta era democrática.
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