Si el candidato presidencial opositor Hipólito Mejía rondaba el 60 por ciento en las preferencias electorales tras la cuestionada convención del 6 de marzo de 2011, y ha descendido hasta apostar a niveles cercanos al voto duro de su partido (40 por ciento), es porque algo ha fallado.
Si el candidato oficialista Danilo Medina no ha alcanzado niveles astronómicos en la intención de voto, superiores a la pírrica ventaja sobre su más cercano contendor que le atribuyen los estudios opinión, no es solo por la grave crisis económica global y su impacto local.
Errores fatales sucesivos en la estrategia de comunicación ha cometido Mejía, del Partido Revolucionario Dominicano. Y, como si fuera poco, los asesores políticos han puesto la tapa al pomo con un desenfoque letal en los temas de campaña.
El discurso sobre corrupción, por ejemplo, aunque socialmente importante, apenas suma simpatizantes, si no votos, conforme las encuestas; menos si lo adoban con una sarta de amenazas y contradicciones.
Mejía acusa de ladrones a los gobiernistas, y adelanta que los meterá presos si gana las elecciones; pero se agencia el apoyo de funcionarios y ex funcionarios sindicados como corruptos. Pregona que la corrupción en el Gobierno rompió todos los récords, y seguido critica que éste haya subido la deuda a niveles exorbitantes (US$23,000 MM), y que “se lo han robado todo”.
Si el Gobierno es corrupto, como alega el candidato, se infiere que, en tanto patrocinadores, también lo son el Banco Mundial, el BID, FMI y demás prestamistas que discursean a diario sobre transparencia administrativa y combate a la corrupción.
El gladiador opositor ha estado, casi constante, errático en sus tiros discursivos. Ha lucido descuidado en extremo con sus lances respecto a su adversario de convención y presidente de la organización que lo postula, Miguel Vargas Maldonado, a quien no titubea en subestimar pese a que a ojos vista es una ficha casi imprescindible para él en la coyuntura actual.
Y, como para rebosar la copa, cuando ataca al Gobierno y a Medina, lo hace desarticulado y virulento, con una dinámica gestual que refleja violencia, frente a un Medina que se le presenta manso, aglutinador y racional, aunque no lo sea.
Su discurso de amenazas tal vez ha radicalizado más a los fanáticos perredeístas, pero quizá ha atemorizado a un segmento conservador determinante que observa silente el desempeño de los candidatos para dispensarles su voto el próximo 20 de mayo. El voto duro es importante, pero insuficiente.
Con exposiciones como las presentadas hasta ahora, se alejaría el apoyo a la segunda oportunidad que él mismo ha pedido al electorado tras el naufragio de su gestión de gobierno (2000-2004). Parece que, a la fecha, el principal partido de oposición no ha logrado fidelizar ni siquiera una cuota significativa de la apetitosa franja de descontentos con los desaciertos del Gobierno.
En cuanto a Danilo Medina, del Partido de la Liberación Dominicana, su estatus al momento habría sido mejor si hubiera transitado una ruta despejada de crisis económica internacional y local, desgaste por uso del poder, inseguridad pública y de un gabinete jurásico.
Amén de sus dotes personales, del arraigo de su candidata vicepresidencial, Primera Dama Margarita Cedeño, y del apoyo obligado del Presidente Fernández y del bloque de partidos que le respaldan, el mejor aliado del sureño Medina para colocarse puntero en el electorado, habrían sido los errores de su principal adversario. Y si no hay cambios de última hora, esa podría ser la diferencia para ganar las presidenciales.
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