Cuando la pasión domina el escenario, como es el caso en la defensa de la sentencia del Tribunal Constitucional, contra la cual no he hecho ni hago ahora juicio de valor alguno, se cae en la ridiculez y en los excesos más irracionales. Por ejemplo, el de pedir a gritos la muerte en el Altar de la Patria de aquellos que la han objetado haciendo uso de su derecho a disentir, incluyendo a dos juezas del mismo tribunal que motivaron su oposición a la medida, e intentar descalificar a Mario Vargas Llosa, Premio Nobel de Literatura, y uno de los más ilustres exponentes del quehacer literario hispanoamericano por criticarla. Este tipo de defensa no ayuda a causa alguna y en cambio denota una ausencia deprimente de argumentos para la discusión.
Acusar a tan laureado escritor de haberse vendido a una ONG para escribir el artículo titulado “Los parias del Caribe”, publicado recientemente en el diario El País de Madrid y reproducido en numerosos periódicos del continente y ampliamente divulgado por las redes, proponer que se le despoje de los honores que la República merecidamente le ha concedido y acusarlo, además, de “incompetente”, no son buenas razones a favor de la causa en la que la polémica sentencia se sostiene.
Como quiera que se le analice, la verdad es que, válida o no, la decisión del Tribunal Constitucional ha generado un movimiento nacional e internacional de rechazo, que podría conducir a situaciones muy embarazosas para el país en la comunidad mundial. Las descalificaciones y las amenazas de muerte contra quienes la han objetado sólo conseguirán el aislamiento dominicano, potenciales sanciones de diversa índole y una penosa división interna que nos hará más vulnerable.
Lo racional y justo es que se enfrente la situación en un clima de concertación nacional, que ahuyente el fantasma de la dispersión que tantas veces nos ha cerrado el camino al futuro.