Cuando aún en la educación palpitaba un genuino sentido patriótico, nos enseñaron que la Independencia fue forjada por hombres y mujeres de un valor incalculable y de principios inquebrantables.
Aprendimos que el movimiento Trinitario tuvo su origen y sustentación, en que cada uno de sus miembros poseía una dignidad tan alta, que estaban dispuestos a entregar sus vidas por ella, antes que arrodillarse ante el enemigo.
Al final de la década de los 50s, los movimientos anti-trujillistas tuvieron en lo que los formaron, a dominicanos y dominicanas de un coraje invaluable. Y durante la lucha por el retorno a la constitucionalidad, en el 65, nuestro pueblo lavó sus calles con la sangre redentora de incontables patriotas.
En Manaclas y en Ocoa, en los 60s y en los 70s consecutivamente, el heroísmo de puñados de hombres liderados en la primera gesta por Manolo Tavárez, en la segunda y última por Francis Caamaño, sellaron nuestras más recientes páginas de gloria.
A resumidas cuentas, nuestra historia ha sido escrita con el valor más alto que puede alcanzar un pueblo, el de la dignidad y el amor a la libertad. Un valor invaluable, que nos enseñó con la moral más elevada, que la dignidad de un hombre no tiene precio.
Sin embargo, hoy asistimos patidifusos y descorazonados a un verdadero mercado persa de fidelidades, simpatías y adherencias. Con el agravante de que, al parecer, para los mercaderes del momento, la dignidad de nuestros hombres y mujeres más humildes, vale apenas… 500 pesos. Con el descaro de publicitarlo.
¿De qué valió entonces tanta sangre, tanta muerte, tantas vidas entregadas por nuestros mártires y héroes?
Ningún pueblo ser libre merece, si es esclavo indolente y servil, si en su pecho la llama no crece, que templó el heroísmo viril.