La columna de Miguel Guerrero
En una entrevista telefónica con periodistas españoles sobre “El rugido del león”, respondiendo a una pregunta les dije que no me cabían dudas de que el ex presidente Fernández ganaría las elecciones del 2016 si llegara a ser nominado como candidato por su partido, probablemente con más votos de los que jamás ha obtenido.
A menos, claro está, que ocurran acontecimientos inesperados en el ámbito político, lo que parece poco probable en el ambiente de dominio absoluto que él logró sobre todos los órganos de decisión del Estado, en especial el Congreso y la Justicia, y de una parte considerable de los medios de comunicación.
Un control de la vida política nacional en una dimensión comparable sólo a la de una dictadura como la que el país sufrió en el interregno de 1930 a 1961, la de Trujillo, felizmente muerto en una emboscada un día como hoy hacen 52 años.
Me atreví a pronosticar que si se le llegara a escoger como candidato, el Congreso actual modificaría la Constitución para permitir de nuevo la reelección consecutiva y facilitarle de ese modo reinar, como ya lo hiciera como todo un monarca absoluto, por dos o más mandatos, o mientras vida tenga.
Ese sería inevitablemente el resultado, porque el poder cuando se ejerce de la manera en que él demostró ser un artista, carece de límites, con pérdida total del sentido de la proporción y del equilibrio.
Y si esa nominación llegara a producirse, el presidente actual, su sucesor, que al protegerlo asumiendo calladamente la herencia de déficit y desaciertos que ha encontrado por doquier en la difícil tarea de reencaminar a la nación, sería su objetivo principal, para allanarse el camino de su permanencia infinita y librarse así del escollo que representaría un potencial oponente en su propia casa en el 2020. La tradición de silencio, conformismo y resignación del país refuerza tan fatal predicción.