Al contrario de los novelistas, que no tienen porque serlos, los periodistas literarios deben ser exactos. “A los personajes del periodismo literario se les debe dar vida en el papel, exactamente como en las novelas, pero sus sensaciones y momentos dramáticos tienen un poder especial porque sabemos que sus historias son verdaderas”, dice el académico norteamericano Norman Sims, quien sostiene que la calidad literaria de las obras provienen “del choque de mundos, de una confrontación con los símbolos de otra cultura real”.
A su entender, las fuerzas esenciales del periodismo literario residen en la inmersión, la voz, la exactitud y el simbolismo. De suerte que no debe confundirse la literatura propiamente dicha con este nuevo tipo de periodismo conocido como literario y que ha tenido su máxima expresión en los años sesenta y comienzos de la década siguiente, período durante el cual en los Estados Unidos, y años después en España y Latinoamérica, y más recientemente en nuestro país, surgieron numerosos periodistas que se dedicaron a la tarea de publicar libros, muchos de los cuales contribuyeron a enriquecer el llamado periodismo histórico y la novela.
Pero aún dentro del ejercicio de este nuevo periodismo, del que poseemos buenos ejemplos en el país, existen reglas. Una de ellas es el límite que este nuevo y excepcional género establece entre la novela y la información, ya que ésta última tiene que ser exacta. El periodismo literario es un excelente recurso para narrar historias humanas y relatar aquellas que contadas dentro de las normas de redacción de un periodismo esencialmente informativo, carecerían de sentido o serían incapaces de llamar la atención del lector. Obviamente, no podría hacerse en estos tiempos un buen periodismo, un periodismo de altura y calidad, prescindiendo de este nuevo género, que es el periodismo literario.
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