Añoraba que llegara la Semana Santa. Necesitaba una pausa, para no escuchar tanto los líderes de partidos políticos, hablando de gobierno, leyes, corrupción, de temas esgrimidos con demagogia, inquietando el alma; necesitaba con urgencia, descansar, reflexionar, oír de soluciones para combatir los males, basadas en principios cristianos; que hablaran de Dios, de Jesucristo; que la Iglesia Católica lanzara bálsamo de agua fresca por doquier, que serenaran el espíritu, despertando fe y esperanza.
Era necesario recordar a los ambiciosos y envidiosos, que Dios envió su hijo, a salvar la humanidad; que Jesús vivía con humildad; que lo material termina, que las huellas imborrables son de amor, paz espiritual; que la clave de la felicidad está al alcance de todos,” ama al prójimo como a ti mismo”.
En Semana Santa, esperaba que los dirigentes de la iglesia católica llevaran luces y esperanzas; que no se limitaran a destacar males, sino soluciones, como lo están combatiendo, que rindieran cuenta de ¡sus hechos! de lo que lograron siguiendo el modelo de Jesús, siendo instrumento de paz y amor; que explicaran como penetran en el alma del pueblo y del Estado para que no se desvíen del plan divino, del camino a Dios.
Los principios cristianos son enseñanzas de amor, coraje y justicia social, dirigidas a ricos y pobres, gobierno y oposición. La Semana Santa es para recordar “la vida, pasión, muerte y resurrección de Jesús”. La iglesia debe aprovecharla, no solo para destacar antivalores, sino para rendir cuentas de sus esfuerzos por combatirlos en las instituciones, en la sociedad.
Lamentablemente, en el país, parecería que la iglesia, ha perdido el rumbo. La plataforma de la Semana Santa y de las Siete Palabras, la utilizan para, cual partido político de oposición, hacer denuncias de problemas, pero no hablan de cómo se acercaron al Estado para erradicarlos ni como acompañan al pueblo para motivarlo a no desmayar.
Recordemos que Dios envió a su hijo, Jesús, y se fundó la iglesia para enseñar la humanidad a llevar la esencia divina en sus acciones. La idea no es que estén denunciando y actuando de manera burocrática, rutinaria, para exhibir poder, sino usarlo para ayudar al bien común ¡dinamizarse! Y sin miedo, como Jesús, enseñar con el ejemplo y acompañar al pueblo en sus justos reclamos. Solo así, lograremos paz, justicia social, democracia.
Una vez, un Cardenal dijo “debajo de esta sotana, hay un hombre” y por su práctica, lo entendimos. Hoy, la actitud de algunos religiosos parece decir “debajo de esta sotana hay un político partidista”. Quizás por eso se limitan a denunciar males, sin dar soluciones.
Me angustia que la Iglesia no actúe con criterios normativos; que se ocupe más de lo que otros hacen, que de inyectar sus valores. Si alimentan bien el espíritu, no tienen que preocuparse por las decisiones de la población. Serán saludables. Sin embargo, ardo en curiosidad ¿Tiene la Iglesia un candidato presidencial favorito?
Por su delicada misión, dirigida al alma, me preocupan más las acciones de la iglesia, que las del Estado. Ella debería estar atenta no solo para pellizcar lo feo, sino para aplaudir y destacar lo hermoso. Así el pueblo aprende.
Indiscutiblemente, si la iglesia ha sembrado, debidamente, en el alma de la nación, no debe sentir temor por las decisiones del pueblo, aunque cambien las leyes de la Constitución.