En los días que restan de estas navidades y en la festividad para recibir el nuevo año, la palabra clave es prudencia, la única que puede prevenir tragedias y la pérdida de vidas humanas.
Por excesos e imprudencia ya tuvimos un balance de 23 víctimas en los feriados de la Nochebuena y la Navidad, la mayoría motoristas que se desplazan como bólidos, mientras consumían bebidas alcohólicas.
Esta locura y este desenfreno no puede continuar y de alguna manera tiene que ser prevenido, pues la imprudencia atenta contra la seguridad de quienes la protagonizan y también pone en peligro la vida de peatones y conductores ajenos a estos actos temerarios.
A las autoridades de la Policía y de la Autoridad Metropolitana del Transporte le corresponde una ardua tarea para tratar de prevenir más muertes, pero definitivamente es a los ciudadanos a quienes compete en primer orden este compromiso.
¿Cómo es posible que unas festividades navideñas que deben ser para la paz, la reflexión y el fortalecimiento familiar, sean utilizadas por algunos desaprensivos para cometer todo tipo de acciones riesgosas y contraproducentes?
¿Es que acaso hemos perdido como sociedad la capacidad de meditar y de establecer un parámetro efectivo para una separación efectiva entre lo bueno y lo malo?
Lo ideal es que estas festividades transcurrieran en absoluta calma y que se rescatara su esencia y sentido religioso, pero como los predicamentos al respecto parecen caer en saco roto, entonces no queda otro remedio de remitirse al buen juicio de familias y personas, para evitar más sangre, luto y dolor en las navidades.