Si el presidente tuviera algún interés en una tercera presidencia, que él mismo decidió imposibilitar constitucionalmente, podría entender que designe en ciertos cargos a individuos cuyas mañas o destrezas políticas pueden ser útiles. Después de todo, ser político en cualquier parte conlleva un ejercicio de suma constante para ampliar las bases de sustentación. Pero, ¿el voto o apoyo de una monja cuenta igual que el de cualquier trabajadora sexual? Necesito ampliar mi capacidad de análisis o comprensión para digerir sin hacer gorgoritos la designación de Robertico Salcedo como ministro de Cultura, sustituyendo a la renunciante Milagros Germán, quien fue muy buena funcionaria en este cargo, cuyo ámbito a veces luce como nadar en una piscina llena de pirañas y tiburones. Lo único similar entre ella y él es que proceden de la farándula y han merecido decretos mas de una vez. Con tantos gestores culturales con más tablas y criterio que el flamante ministro, ¿cómo podrán los más leales o entusiastas simpatizantes del Gobierno defender o justificar este papelón? Quizás mientras la economía siga estable, creciendo, y continúe el progreso en otras áreas, lo de Robertico es insignificante. Pero el país merece mejores funcionarios que motiven sonrisas, esperanzas o aplausos, no la certeza de que viene otro clavo.