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Que en paz descanse

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Miguel Guerrero.

El domingo de esta semana, el país asistió a las honras fúnebres del Partido Reformista. Su alianza electoral con el oficialismo marca el punto de partida de su desaparición definitiva como opción de poder.

Se pretende asignarle al acuerdo propósitos programáticos en educación, salud y el medio ambiente. Pero su fiel y angustiada militancia cree que a la llamada franquicia reformista sólo le anima la preservación de los cargos y privilegios que su fructífera relación con el poder le han asegurado a lo largo de los últimos ocho años.

Desde su salida del Palacio en 1996, tras veintidós años de gobierno con dos períodos de oposición entre 1978 y 1986, el reformismo ha ido dando tumbos. En esos años de incertidumbre no encontró un liderazgo que ocupara el lugar que su fundador y guía, Joaquín Balaguer, dejó vacío al desocupar la presidencia.

La falta de un faro orientador, al que siempre estuvo ligado mientras su jefe respiraba, le creó un vacío que fue haciéndose más profundo en la medida en que esa debilidad extrema generó las desavenencias y distanciamiento que hicieron de aquella enorme fuerza política un cascarón, sin posibilidad de moverse por sus propios medios en ese ventarrón que es la actividad política dominicana.

Ahora sólo les queda a los que se negaron a denegar de sus orígenes, plegarse a las condiciones de esa alianza o irse hacia otra tendencia, como ha anunciado el ex alcalde de Santiago.

La prisa derivada del conocimiento de su escaso patrimonio político anticipó una alianza que no le permitirá conocer a lo que quedaba de un partido grande, sus propias y reales fuerzas, con las que hubiera podido negociar una mayor parte del pastel en segunda vuelta.

Al resto fiel a la memoria de su líder, podría quedarle la opción que Tagore plasmó en un poema y que Gandhi solía cantar en sus largas caminatas: “Si nadie acude a tu llamado, camina solo…”.

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@GuerreroMiguele

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