Tratando de hurgar entre los entresijos del comportamiento ciudadano que genera inconductas y desquiciantes desvaríos, algunos sicólogos y siquiatras han llegado a sostener que es la sociedad dominicana en su conjunto la que acusa signos de disfunción.
Esta interpretación, que pretende evitar la visión angosta e inmediatista que a veces, de forma instintiva y por distorsión cultural solo se reduce a dar explicaciones, trasciende los aspectos numéricos y estadísticos, aunque estos no son nada desdeñables.
En efecto, además del índice de incidencia, lo que mueve a mayor preocupación es el carácter cada vez más horrendo y espeluznante de los sucesos sangrientos y criminales.
Muchos de estos hechos tienen características comunes con rasgos propios de implacables sicópatas, ya que son cometidos con saña claramente manifiesta para producir muertes horripilantes a las víctimas escogidas como blancos de tales crímenes.
Otro aspecto que llama la atención y que debe ser motivo de análisis por parte de las autoridades y de especialistas de la conducta, es que muchos asesinatos y otros hechos bochornosos son ejecutados por personas del entorno familiar o del círculo de amistad de los afectados.
Además de sobrecogedor, resulta difícil entender que un nieto mate a su abuelo, que un hijo asesine a su padre, que una hija haga lo propio con su madre, que un padre viole a su pequeño hijo de apenas seis años y que un maestro de piano haya abusado de una niña a la que daba clases en la casa de sus progenitores.
Hechos de esta naturaleza se suceden a diario y aunque son expuestos por los medios de comunicación con minuciosos y conmovedores detalles, aparentemente no logran producir en la opinión publica la repulsa e indignación que ameritan.
Sólo la desaparición y la casi confirmación de la muerte de un niño en Invivienda parece haber concitado en las ultimas semanas la atención de la población, en medio de un conjunto de luctuosos acontecimientos que parecen extraídos de una novela de horror.
Pero como una golondrina no hace verano, es de esperar que la sociedad y sus principales representantes luchen, desde diferentes instancias, para evitar caer en un penoso estado de insensibilidad frente a la criminalidad y todas sus funestas manifestaciones.