Desde los principales partidos políticos sale en las últimas semanas un tufillo antiempresarial que preocuparía si representase el pensamiento de sus líderes, pero comoquiera merece atención porque atiza una vieja frustración de la izquierda que nunca logró el poder debido en parte al enorme éxito, crecimiento y estabilidad de la economía dominicana.
Dentro del PRM llevan la voz cantante políticos con pocos votos y mucha prensa, que adversan a veces rabiosamente al gobierno de su propio partido, reeditando viejas rencillas del PRD que hicieron de aquel partido, cuya continuación es el PRM, incapaz de tener desde sus inicios a ningún presidente de más de un período.
El desempeño del presidente Abinader durante la primera mitad de su gobierno ha recibido excelentes apoyos por parte de organismos internacionales que destacan su éxito contra la pandemia, la recuperación del turismo, la estabilidad y crecimiento, la lucha contra la corrupción e impunidad, el efectivo combate contra el narcotráfico y su liderazgo regional ante la implosión de Haití.
En base a esos logros y una política de subsidios que consume gran parte del gasto público, Abinader aspira a lograr la hazaña de ser el primer presidente del colectivo PRD/PRM en ser reelegido para un segundo período. Pero tiene delante enormes obstáculos, entre ellos la referida quinta columna dentro de su partido.
Quinta columna
Una quinta columna es el grupo de individuos cuyo designio es socavar al grupo en el cual se ubican, a favor de algún adversario externo. Al irse con la mayoría de los líderes y activistas a fundar el PRM (reconocido por la JCE en septiembre de 2014), el expresidente Hipólito Mejía dejó detrás en el PRD a una vociferante quinta columna que incordió a su presidente Miguel Vargas Maldonado en la prensa y los tribunales, contribuyendo a disminuir ese partido. Cumplida la misión, cuando lucía evidente que Abinader ganaría las elecciones en 2020, fueron tránsfugas al PRM.
Al no encontrar ningún decreto a su favor ni simpatía por parte del liderazgo perremeísta, que los ve con ojeriza por sus antecedentes políticos y personales, han devenido en una diminuta pero bullosa minoría que adversa a su propio gobierno, aunque algunos adláteres lograron posiciones gubernamentales.
Por ejemplo, el político Ramón Alburquerque, al parecer resentido por haber sido dejado fuera del gabinete tras creerse merecedor de liderar el sector eléctrico, lleva meses tuiteando y declarando su nuevo afán antiempresarial, pese a que anteriormente fue un gran favorecido de esos grupos que ataca, diciendo por ejemplo que cuando fue ministro de Salvador Jorge Blanco en 1983, tomó decisiones “para evitar que la oligarquía robara como los bienes de Trujillo”.
El domingo, Alburquerque tuiteó que el país “debe cambiar a presidentes con capacidad de transformarlo, no seguir con flojos, que aumentan los privilegios de las oligarquías, saber elegir presidentes con la fuerza de enfrentar estos grupos, que siempre reproducen la miseria de los más pobres”.
Injurias e insultos
La mención aislada de individuos como imputados o testigos en los casos de corrupción cursantes en la Justicia, ha puesto a la quinta columna del PRM a injuriar e insultar a los grupos y familias empresariales cuyas inversiones, trabajo y riesgos han cimentado el desarrollo económico, la prosperidad y el desarrollo del pueblo dominicano desde principios de los ’60 tras el ajusticiamiento de Trujillo.
La gran mayoría de las empresas que eran de Trujillo o del Estado en 1961 pasaron a ser administradas por entidades creadas por el Consejo de Estado y gobiernos posteriores, como el CEA, CORDE (alrededor de 40 empresas) y CDE.
Las pocas que contaban con socios del sector privado pasaron como entes mixtos a ser administradas por estos empresarios, que en el transcurso de medio siglo fueron aumentando legítimamente su participación hasta convertirse en empresas completamente privadas.
Las empresas administradas por empresarios han evolucionado y prosperado, creando empleos, pagando impuestos, supliendo al mercado local y exportando. Las administradas por políticos han quebrado casi todas, envueltas en escándalos de corrupción, desfalcos y otras ilicitudes. La única excepción notable por su éxito como empresa estatal es el Banco de Reservas.
La inmensa mayoría de las empresas existentes hoy fue establecida tras el fin del trujillato. Las pocas principales familias o compañías propietarias de grandes grupos empresariales poseen raíces en la industria, el comercio o la agropecuaria desde antes de que Trujillo alcanzara el poder en 1930, como por ejemplo todas las licoreras, los ingenios azucareros y las principales industrias.
Diversidad
El extemporáneo y anacrónico grito de campaña contra los ricos es además absurdo porque ninguno de los grandes grupos empresariales de hace tres o cuatro décadas posee tanta importancia como para ser intocable.
La resiliencia de la economía dominicana se debe precisamente a que ninguna actividad representa más del 20 % del PIB y dentro de cada actividad hay cientos o miles de empresas, hasta en la minería, si se cuenta la no metálica.
La quinta columna atribuye al gobierno flojera o complacencia con el empresariado.
Pero los mayores fracasos oficiales en dos años, que son las quebradas distribuidoras eléctricas, la ineficacia de la educación pública, la inseguridad callejera, la inflación y el desempleo, son todas áreas en que el desempeño gubernamental depende más de políticas públicas y medidas administrativas o de otro tipo, que de la colaboración del sector empresarial.
¿Para quiénes están realmente trabajando quienes procuran con tanto desparpajo incordiar al presidente Abinader con el liderazgo empresarial integrado a su base política?