Con frecuencia me preguntan la razón por la cual me resisto a elogiar las acciones de los funcionarios y asumo siempre posturas críticas contra el poder político. Mi respuesta la extraigo de Ralph Waldo Emerson, quien enseñó la trascendencia de cuestionar la autoridad y las leyes para mejorar la sociedad.
Uno de los signos más ominosos del acontecer nacional es la tendencia a atribuir virtudes al cumplimiento del deber. Así los funcionarios honestos, aquellos que no se aprovechan de sus funciones para enriquecerse ilícitamente, son personas virtuosas, cuando en realidad lo que hacen es cumplir con la obligación para la cual fueron designados o elegidos. Ahora bien, una cosa es el elogio a una persona y otra reconocer las buenas medidas de un gobierno. Reconocer y apoyar las políticas que puedan beneficiar al país, no implica un compromiso.
Los dominicanos escogemos cada cuatro años a un gobierno con la ilusión de que así fortalecemos la democracia y las instituciones. La peculiar visión de democracia bajo la cual hemos sido educados, nos hace creer que es deber de los ciudadanos con la nación votar por quién sea, lo que ha hecho así una costumbre escoger al menos malo entre opciones malas. El resultado ha sido gobierno tras gobierno comprometidos más con pequeñas oligarquías de poder, en los campos económico, social, político y religioso, que con el verdadero interés de la nación.
Por tradición los custodios del patrimonio, para lo cual se escoge a un gobierno, terminan siendo los detentadores de los bienes públicos, lo cual explica la forma brutal en que se valen de él para su propio beneficio. Invocando la letra de una canción, una vez me dije que había “mordido demasiado silencios” en mi vida. Ese día me prometí a mi mismo que jamás volvería a hacerlo. No esperen de mí elogios de la arrogancia. Pero defenderé cuanto entienda pueda beneficiar a la nación.
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