El clima de violencia, desbordado recientemente, no puede ser abordado con la simpleza que nos caracteriza, tiene que ser asumido desde la perspectiva social y del tipo de sociedad que tenemos y que queremos. La realdad es, según los hechos, los datos, de los 10 homicidios ocurridos recientemente, 9 fueron por conflictos interpersonales, esto es, violencia social. El 66% de los homicidios en nuestro país son dados por los conflictos en las relaciones personales, germen de la incapacidad de interactuación armónica, efectiva con los demás.
Todo homicidio encierra, medularmente, violencia, empero, no toda violencia es en sí misma conlleva homicidio. Los homicidios “son una proxy razonable de los delitos violentos y un indicador de los niveles de violencia dentro de los Estados” según UNODC. En la ICCS definen el homicidio como “muerte ilegal infligida a una persona con la intención de causar la muerte o lesiones graves”.
En el cuerpo social dominicano, la violencia, traducida en homicidios, es marcadamente relacionada con conflictos interpersonales, lo que indica que somos una sociedad muy enferma. Laceralmente somos una sociedad que no se encuentra a sí misma a través de otros. Una cultura adoctrinada en la violencia con un proceso de socialización que se incuba desde el hogar, pasando por los demás agentes de socialización. Es la cultura de la negociación excluyente, marginadora, expresada en “yo gano y tú pierdes. Yo pierdo y tú ganas. Tu pierdes y yo también”.
Los demás tipos de homicidios, son:
El último se dio con mucha intensidad en el periodo 1966-1978. Después de ello, justo y objetivamente, tenemos que decir que la paz política ha transcurrido en nuestro país con niveles altamente aceptables. Los adversarios, los enemigos políticos, no dirimen sus diferencias en la exclusión violenta que derive en homicidios. En gran medida, los tres tipos de homicidios contienen sus vasos comunicantes, son secuelas que se anidan en todo el tejido social donde hay que auscultar y develar a menudo su caracterización.
Pobreza, hambre, desempleo, hacinamiento, exclusión, marginalidad, educación, salud, salarios exiguos: RD$14,400.00 pesos es el salario mínimo promedio en República Dominicana. En el Estado, en la Administración Pública, el salario mínimo es equivalente a U$181.00 dólares mensuales. Todo ello trae consigo ansiedad, angustia, incertidumbre, tristeza, irritabilidad, depresión. Se van anidando frustraciones que conducen a la ira, a la rabia, a la desesperanza. Es un coctel explosivo socialmente si adicionamos el promedio de escolaridad y la ausencia de una cultura sistemática de civilidad, de cultura cívica, de valores, de dejar atrás la tragedia y la miseria humana. Las tensiones sociales debilitan el alma humana y crean la distancia del ser humano con su evolución y génesis.
Muertes violentas por homicidios en República Dominicana (1999-2021)*:
La Organización Mundial de la Salud (OMS) establece que cuando en un país la Tasa de homicidio cruza la barrera de un 8/100,000 estamos frente a una pandemia. En nuestro país, actualmente, estamos muy lejos del promedio de ALC según los cuadros que hemos añadido a este escrito. El continente americano representa el 13% de la población mundial y significa el 37% de todos los homicidios. Asia tiene una tasa de homicidio de 2.3, Oceanía de 2.8, Europa de 3 y África, de 13.0. Actualmente Estados Unidos es el país desarrollado con mayor tasa de homicidio. En nuestro país los peores momentos que hemos vivido con respecto a la violencia, traducido en homicidios, han sido en el interregno: 2004-2013. En esos espacios de tiempo estuvimos por encima del promedio de ALC que era entre 17-20.
¿Por qué, entonces, hoy dibujamos un entorno estratosférico, catastrófico, más allá de que exista la violencia social y la relacionada con la violencia criminal? Porque hoy, como sujetos sociales, somos protagonistas secundarios de esos hechos de violencia, muchos de los cuales se traducen en homicidios. Los vemos en las redes sociales, en las cámaras, que luego se reproducen por todas las plataformas de las redes sociales y de los medios de comunicación tradicionales. Eso no sucedía antes y se traduce en una enormidad en el imaginario mental de cada uno de nosotros, en nuestro cerebro. Ello nos paraliza, nos da miedo, pavor y, en consecuencia, produce una ola de nieve en nuestras percepciones.
La percepción, según Stephen Robbins “Es el proceso por el que los individuos organizan e interpretan las impresiones de sus sentidos, con el objeto de asignar significado a su entorno”. Kreitner/Kiniki establecen que la percepción “Es un proceso mental que nos capacita para interpretar y comprender nuestro entorno”. No vemos el mundo como es, vemos el mundo como somos nosotros. La percepción, verdad o no, realidad o construcción, nos lleva a tomar decisiones. Ahí descansa el quid pro quo de lo que ella encierra.
En Arden las Redes de Juan Soto Ivars, este nos dice con una auténtica propiedad como hoy, merced a las redes sociales, los individuos nos vemos “mareados por la sobreinformación y confundidos por el relativismo de la verdad”. Las redes sociales, importantísima revolución tecnológica, cultural y social trajo consigo, “de forma rápida, sin jerarquía o límites físicos”, nuevas formas de relaciones y personas y grupos en una inmensa vastedad de conexiones instantáneas, cuasi al mismo tiempo que el hecho tiene lugar; hoy visuales a través de diferentes plataformas: Sit Degree, Youtube, Facebook, Twitter, Whatsapp. Instagram, Tik Tok.
¡No hay mediación, no hay filtros! Se crea la información y las noticias en función de intereses difusos, donde el conjunto de actores son desconocidos en gran medida. Es así, de cómo las redes y las cámaras visibilizan (para bien) los hechos y fenómenos sociales, empero, sobredimensionan la realidad con la carga de subjetividad con que recibimos con estupor pavoroso, esa cruel violencia social y de homicidios. La crisis de los medios, como nos diría Peter Watkins, trajo una cierta distopia en medio de la revolución de las redes como corolario binario de la existencia humana. No hay nada tan bueno que no triga algo malo, traería los Fake News o como nos dijera Michiko Kakutani: La muerte de la verdad. Las redes sociales, constelación de creatividad e innovación, empero, llevan en su embrión como parte dispar, la disrupción.
Manuel Castells en su libro Redes de Indignación y Esperanza nos dice “… los medios de comunicación se hicieron sospechosos. La confianza se desvaneció. Y la confianza es lo que cohesiona a una sociedad, al mercado y a las instituciones. Sin confianza, nada funciona. Sin confianza, el contrato social se disuelve y la sociedad desaparece, transformándose en individuos a la defensiva que lucha por sobrevivir”. La COVID-19 trajo consigo mayores niveles de violencia y de homicidios en todo el mundo. El confinamiento y con ello, la soledad, ha permeado más la incertidumbre y el individualismo. Menos trabajos, más desempleo, menos recursos para las personas, menos salud, vale decir, atrapados han propiciado más conflictos en nuestras sociedades.
Anexamos un cuadro del Ranking de los países con las tasas de homicidios más altas de ALC, donde Jamaica encabeza la lista con 49.9, seguido de Venezuela con 40.9 y Honduras con 38.6. Los países con menos tasa de homicidios en el 2021 son: Argentina con 3.3, Bolivia con 5.54, Costa Rica con un 11, Panamá con 10.8 y en el Perú es de 6.74. Todos ellos aumentaron los homicidios en el 2021 con respecto al 2020.
En nuestro país, que somos una nación con una economía de servicios donde el Turismo acusa un rol estelar, el Estado, el Gobierno, debe de asumir políticas públicas más proactivas para cercenar la violencia social que degenera en homicidios, sin contar el costo social, económico y humano de los seres familiares alrededor de estas tragedias. Se requiere una nueva forma de regeneración social que involucre a toda la sociedad y de dejar esa profunda aporofobia de los dominicanos que ejercen los que tienen determinada cuota de poder.