Rincón Familiar: Cuando el halago se convierte en violencia

Solange Alvarado Espaillat.

Nuestra cultura, sostenida en los valores del patriarcado que sustenta la conducta machista tanto en mujeres como en hombres, nos instruye en formas de comportamiento pre determinada para hombres y mujeres. Los hombres enfocados en la sexualidad, buscan constantemente encuentros sexuales, se supone que siempre deben estar dispuestos para la actividad sexual, les hemos normalizado la infidelidad y sufren las peores crisis existenciales, cuando su respuesta sexual, producto del desarrollo natural y humano, comienza a cambiar.

Por supuesto la contrapartida de esta intensidad dada a la sexualidad en los hombres, es el rol para el que somos instruidas las mujeres en esta misma cultura, ser objeto sexual dispuesto 24/7 para el agrado de la vista de los hombres, de todos los hombres. No de la pareja con la que se tiene intimidad, sino además del frutero que vende en las calles, el policía, el chofer de carro público o de guagua, el empacador del supermercado, el ejecutivo de una empresa, el fiscal, el juez, el tío, el primo, el mecánico, el que recoge la basura en el camión del ayuntamiento, el jefe, el supervisor, el funcionario público, en fin, tooodo hombre que nos pase por el lado o con el que por alguna razón tengamos que tener una conversación o intercambio comercial, de trabajo o casual.

Este aprendizaje les hace suponer a los hombres que esto es parte de la conducta esperable como varón con las mujeres y a nosotras, que es parte del paisaje o la decoración que debe estar dispuesta para ellos y que además nos debe agradar y responder con una sonrisa o acción de gracias. Que debemos vestirnos para ellos, y andar como en pasarela para satisfacer sus necesidades inagotables de ver un cuerpo femenino y tener una respuesta sexual frente a él.

Me refiero a los llamados piropos, que no son más que la concreción de estas ideas a las cuales respondemos con tanta normalidad tanto mujeres como hombres y que son una manifestación de la violencia social y la objetivizacion (de objeto) del cuerpo de la mujer en la cultura machista.

Es un tipo de violencia imperceptible y normalizada que nos ha hecho creer a las mujeres que nuestra valoración como seres humanos depende de la cantidad de piropos que recibamos al salir a las calles. A los hombres les ha hecho creer que es una obligación y que debemos responder de manera positiva porque cuando no lo hacemos se comprueba el sentido oculto de este piropo, pues ellos entonces responden con un insulto o una humillación: “Mira a esta, y qué es lo que se cree”, “Tan fea”, “Dale gracias a Dios que yo te miré”, “Tan pesada” y muchos más que van aumentando en intensidad y violencia de acuerdo a la respuesta de la mujer.

Conocí a una chica francesa que pasó un año trabajando en el país y decía escandalizada que las mujeres aquí son como vulvas con patas, así decía.

Una de mis pacientes me dijo que aún con una falda negra y larga, no había manera de librarse de las miradas lascivas de los hombres en las calles.

En este país las mujeres no tenemos la libertad de vestirnos como queramos pues siempre estamos condicionadas a lo que ocurra en la calle o a que digan que nosotras provocamos una situación incómoda para nosotras mismas, por la forma en que vamos vestidas. Todo eso se llama violencia, privación de libertad, acoso y resulta que debemos aceptarlo con agrado y agradecimiento.

Peor aún, el peligro a ser violadas en cualquier momento en las calles por el sólo hecho de ser mujeres. Un asalto a un hombre le quita el celular, la cartera o el carro, para nosotras un robo puede  también quitarnos la salud mental, física, moral y emocional pues siempre está el peligro de ser violadas por el solo hecho de ser UN CUERPO DE MUJER.

solangealvarado@yahoo.com

Twitter: @solangealvara2