La columna de Miguel Guerrero
Las rivalidades no solo se dan en la política. Surgen incluso en aquellas actividades en las que dones excepcionales alcanzan los más altos niveles de espiritualidad y belleza, una de las más famosas involucró a dos de las más elevadas exponentes del canto lírico. Me refiero a las incomparables María Callas y Renata Tebaldi. La primera, de origen griego nacida en Nueva York con el nombre de Ana María Cecilia Sofía Kalogeropoúlus, y la segunda italiana, dominaron con sus potentes voces de soprano spinto y sus fuertes temperamentos el mundo de la ópera en las décadas de los 50 y 60 del siglo pasado.
Su vida sentimental acortó la carrera de Callas, quien murió a los 53 años, tras un segundo retiro forzoso derivado de un regreso decepcionante luego de una ausencia de ocho años de los escenarios debido a su tormentosa relación con Aristóteles Onassis, su verdadero amor.
Ocurrió en 1973, cuatro años antes de su muerte. Con su tenor favorito Giuseppe di Stefano, también en franco declive, inició una gira europea que resultó en total fracaso debido a que su vibrante voz, estaba ya muy deteriorada.
Callas sufrió otros grandes tropiezos. En plenitud de carrera aceptó en 1958 una representación de Norma, de Bellini, en el teatro de la ópera de Roma en homenaje al presidente de Italia, a pesar de encontrarse enferma. La voz le falló y abandonó la escena. Pero unos meses después se recuperó en Lisboa con una de las más famosas representaciones de La Traviata, con el ascendente joven tenor canario Alfredo Kraus.
Tebaldi tuvo su gran salto en 1946 de manos de Arturo Toscanini, quien en busca entonces de nuevas voces, tras la sequía originada por los largos años de guerra, la escogió para un concierto de reapertura de la Scala de Milán.
La rivalidad entre estas dos excelsas figuras se inició en el Festival de Verona de 1947 y la gira que le siguió, perdurando hasta el fin de sus vidas.
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