Sagacidad

Es una pena que las condiciones de sabiduría y bondad que concurren en la sagacidad sean entre nosotros muy excepcionales y que los demás, en vez de admirar la prudencia de los sagaces, los consideren unos pendejos.

Un rasgo de nuestra cultura que merece modificarse es la creencia de que el “tigueraje” es una virtud; atributo de personas astutas y tramposas, expertas en embaucar para obtener lo deseado, sin miramiento moral ni legal.

Los fundamentos morales de una buena crianza y educación hogareña, junto con la debida instrucción, a veces no bastan como antídoto, pues aun gente culta admira y envidia a algunos sinvergüenzas. “Tígueres” y bribones innatos, educados e instruidos para ser ciudadanos, podrían alcanzar el mérito de ser considerados sagaces. La “sagesse” (entre franceses) la poseen quienes viven según ideales superiores, conformando a ellos su comportamiento.

El ciudadano sagaz rechaza la astucia amañada y, habitualmente, enjuicia rectamente las cosas, no sólo para procurar algún provecho impropio. Mientras un “tíguere” es inconsciente e inconsecuente, un ciudadano sagaz posee discernimiento y bondad.

Es una pena que las condiciones de sabiduría y bondad que concurren en la sagacidad sean entre nosotros muy excepcionales y que los demás, en vez de admirar la prudencia de los sagaces, los consideren unos pendejos.