Las élites del poder y sus tecnócratas se ufanan de haber logrado la soberanía alimentaria de esta nación. Pero obvian que muchos alimentos presentados como producidos aquí, son “ensamblados” y dependen parcialmente de insumos traídos de fuera: semillas, abonos, insecticidas, pesticidas, hormonas, medicamentos, envases, procedimientos genéticos, equipos, cereales, levaduras, técnicas de enlatados, sazones, tortas para aceites, conservantes…
Sucede así en las denominadas “comidas basuras”, jugos, refrescos, leches, crianza de animales, plantaciones agrícolas, harinas, fábricas de enlatados, embutidos… y, en general, en la producción de muchos alimentos etiquetados como marca país.
A consecuencia del modelo capitalista global de producción, apropiación y consumo, una alimentación sin soberanía tiene además una alta dosis de contaminación tóxica, generación de enfermedades, empobrecimiento de gran parte del pueblo y accesos desiguales a la alimentación; que a su vez asume las características de tragedia humana.
Si bien la medicina capitalistas, con sus empresas privadas, convierte las enfermedades en negocios altamente lucrativos, la adulteración de los alimentos por el empleo de agroquímicos, materiales contaminantes, y procedimientos genéticos y biológicos inadecuados, multiplica las enfermedades y los enfermos.
Corporaciones como Monsanto ha llevado esas prácticas a niveles criminales, mientras las ARS y AFP privadas representan la estafa y el parasitismo disfrazado de seguridad social.
Esto empalma con las corporaciones privadas productoras de muchos medicamentos, procedimientos diagnósticos y de curación, que si bien controlan enfermedades, provocan otros daños a la salud humana que potencian el mercado de sus empresas de producción, servicios y distribución.
Son medicamentos y procedimientos que incluso frecuentemente prolongan la vida sin superar las enfermedades tratadas; afectando de paso, por sus llamados “efectos secundarios”, otros órganos.
Un gran número de empresas capitalistas relacionadas con la investigación, producción, comercialización y servicios de alimentos y salud dominan el sistema y se rigen por las leyes de las grandes ganancias, la acumulación y expansión del capital.
Esos negocios entrelazados colocan a muchos seres humanos como “enfermos crónicos”, dependientes de fármacos para toda la vida y clientes permanentes de sus empresas; abriéndole cancha al afán desmedido de lucro, mediante extorsiones, engaños y malas prácticas médicas.
Salud y buena alimentación son derechos vitales, negados en mayor escala por diferentes variantes privatizadoras de un neoliberalismo brutal, que nos convierte en gran medida en clientes muy mal tratados. ¡Urgen transformaciones profundas en ambas vertientes!