La Columna de Miguel Guerrero
En un editorial, Acento se refirió a las diferencias abismales entre el presidente Medina y su antecesor Fernández, en cuya comparación resaltan valores en la gestión del primero que no se encuentran en las del segundo. Sorteando hábilmente el peligro de una confrontación interna que podría crear un clima de ingobernabilidad, el señor Medina ha puesto en claro con mucha sutileza esas diferencias. Ha revelado el pecado guardándose al pecador, irrelevante la omisión en cada caso porque es por todo el mundo conocido.
Le confirmó al país la existencia de un déficit histórico en las cuentas del Gobierno y el precio que ese hoyo financiero le cuesta al país en términos impositivos, con su enorme secuela de restricciones y sacrificios. Sin mencionar a responsable alguno, lo puso en evidencia al denunciar el contrato de explotación de las minas de Pueblo Viejo, denunciándolo como inaceptable y lesivo para los intereses de la nación. Sin referirse a la puntualidad como una virtud en el comportamiento oficial, está a tiempo en los actos oficiales, sin la espectacularidad y la parafernalia que caracterizaron al anterior. Sin identificar a los responsables de un contrato de concesión de los peajes, hizo anunciar que serían rescindidos, ordenando internamente la casa haciendo cumplir, por lo menos formalmente, las leyes sobre contratación y compra por el Gobierno, la ley de Educación que otorga el 4% del PIB a la educación preuniversitaria y reduciendo sus viajes al exterior a lo indispensable por el tiempo necesario.
En sus relaciones con sus adversarios, ha mostrado un respeto que no se dio con su antecesor, quien solía despreciarlos considerándolos incapaces de analizar conceptualmente y sentarse a su lado como iguales. Otras cosas los diferencian, aunque ya al Presidente le trasladen la “silla” a cada lugar donde se mueve tendiéndole ¡qué horror! esa horrible alfombra roja.