Sean mis últimas palabras

Valgan las siguientes confesiones en mi condición de hombre que tiene como oficio el periodismo social, la docencia, la planificación de la comunicación y la locución. Serán mis últimas palabras antes de los comicios presidenciales y de diputados de ultramar del 20 de mayo, cuando, según las encuestas más acreditadas, todo apunta a un consenso sobre un “No way back” (sin vuelta atrás) con el oficialista Danilo Medina como puntero.

Creo en un periodismo de compromiso social. Cuestiono el discurso manido y jurásico de la imparcialidad y la objetividad en tanto esconde maniobras perversas de secuestro del derecho a la información veraz y de alto valor inherente a los ciudadanos y las ciudadanas.

La asepsia ideológica “es una mentira”; siempre tenemos nuestras miradas, y la objetividad no es virtud de los hombres”. Ya lo ha dicho José Bergamín, poeta, ensayista, dramaturgo y escritor español (1895-1983): “Si me hubieran hecho objeto, sería objetivo; pero me hicieron sujeto”. La objetividad es, si se quiere, un “desideratum ético”, un referente que se aleja a medida que lo buscamos.

No creo en quienes se ufanan de independientes porque no son tales. La independencia en esta profesión es una toma de partido caracterizada por el oportunismo y la destreza extrema para escurrirse entre las sombras sacando el mejor provecho en desmedro del interés social. Alguien, cuyo nombre no recuerdo ahora, ha expresado que el partido más grande es el de los independientes.

Creo en el tratamiento honesto de la información periodística en aras de la construcción de una mejor sociedad. Cuando ese tratamiento desaparece, entonces brota la manipulación, el retorcimiento de los datos, y ya no podemos hablar de periodismo sino de apuesta a la enajenación social. Así que quienes juegan a la mentira, no son periodistas, sino enajenadores, criminales mediáticos.

No creo en la bulla ni en las infamias mediáticas como mecanismo de excitación de mi ego. Jamás apelo a los ataques despiadados al Gobierno y sus funcionarios, ni a la oposición, ni a los empresarios, ni a nadie, solo para mendigar aplausos de moda y elogios escondidos en la impunidad que garantizan los pseudónimos en el ciberespacio, elogios que empero se diluyen como espuma de cualquier chocolate. O solo para buscar pesos. O ambas razones a la vez.

El respeto a mis lecto-autores y lecto-autoras, y a la sociedad, es muy alto. Pero reprocho el desaprovechamiento de los espacios nuevos que permiten las redes, al utilizarlas para colgar calumnias, olvidándose que, como decía la sección televisual de Yaqui Núñez: “Hasta las paredes hablan”. Todo se descubre.

Como repetían doña Zoraida y don Curú, madre y padre: ¡Líbrame Dios de frecuentar la intimidad de las personas… líbrame de asesinar su reputación y la de sus familias solo porque ostento el poderoso don de la palabra! Nunca lo he hecho; nunca lo haré. Y menos por encargo. Hasta este minuto, en casi tres décadas de ejercicio, las tentaciones no me han doblegado.

Mi compromiso con el periodismo social no me anula sin embargo para tener preferencias en el actual proceso. Así lo he hecho saber. Deseo que gane Medina, pues sería el primer presidente sureño en estos tiempos de democracia mostrenca. Y creo que Medina ganará, no tanto porque yo quiera, sino porque ha hecho todo lo que se debe hacer para ganar. ¿Quién sabe si reivindica al Presidente Fernández y me convierte a Pedernales en “una tacita de oro”, la gran promesa del 1996? ¿Quién sabe si hace en Gurabo un Nueva York chiquito, como ha prometió Hipólito en esta campaña, pero que no lo hizo cuando fue jefe de Palacio?

Y perderá Hipólito Mejía y su equipo, porque han hecho todo y algo más de lo que se debe hacer para perder. Incluso descalificar y etiquetar a quienes desde esta profesión tratan de ser justos, respetuosos y constructivos.

El fanatismo, la arrogancia, la generalización y la exclusión apagaron las luces del razonamiento y no pudieron advertir que allí, en las ideas de un periodista considerado por ellos como un  “pesetero vendido al poder, corrupto al cubo, más incontables insultos”, estaban quizás las claves comunicacionales para no dejar esfumar el diamante que tanto acariciaban y que ahora parece que cayó en la cancha de un habilidoso contrario.

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