El éxodo del pueblo israelí hacia la tierra prometida, su establecimiento en ella y sus desarraigos, en guerras contra Nabucodonosor, Roma o los países árabes siempre ha navegado sobre ríos de sangre, porque la tierra hacia la que Moisés dirigió su pueblo ya tenía dueños contra los que hubo que pelear.
Moisés no pudo llevar su pueblo hasta Canaán, lo hizo su sucesor, Josué, “Y aconteció después de la muerte de Josué, que los hijos de Israel consultaron al SEÑOR, diciendo: ¿Quién subirá por nosotros el primero a pelear contra los cananeos”, Jueces 1,1
Nos obstante, cabe la pregunta ¿requería un saldo tan sangriento el enfrentamiento de las protestas que organizó HAMAS para rivalizar con el acto en que Estados Unidos oficializaba el traslado de su embajada desde Tel Aviv a Jerusalén, en la conmemoración del 70 aniversario de la fundación del Estado de Israel?
Las fuerzas de seguridad de Israel habían sido categóricas al advertir en una profusión de mensajes en octavillas, audio y otros mecanismos que cualquier acercamiento a la valla de la Franja de Gaza, que separa a israelíes y palestinos, sobrepasarla o aproximarse con fines amenazantes, sería respondido con drasticidad.
La protesta tenía componentes revoltosos, pero no contenía amenazas contra la seguridad de Israel salvo en dos componentes:1-Su nombre: La Gran Marcha del Retorno, lo que evoca un intento de recuperación de los terrenos de los que los palestinos fueron desplazados en las guerras contra Israel; 2-El convocante: HAMAS, que no es tenido como un grupo cívico que hace activismo por la causa palestina, sino como una organización terrorista.
Lo que se estaba registrando en Jerusalén en términos simbólicos, solo era equiparable con la lectura, el 14 de mayo de 1948, por parte de David Ben Gurion, de la resolución 181 de la Naciones Unidas en la que se proclamaba la creación de los Estados de Israel y Palestina, pero el acto fue respondido por la declaratoria de una guerra a Israel por parte de los países árabes, con la que el nuevo Estado tuvo que guamearse por 15 meses, por lo que no era ocioso prever algún atentado conmemorativo.
Otra explicación a la desproporcionada y sangrienta respuesta de las fuerzas de seguridad de Israel a los manifestantes, era usarla como un cruento mensaje disuasivo, tipo masacre de la Plaza de Tiananmen, en China, en menor escala, para hacer saber a la comunidad internacional y de manera especial a los países árabes, que el sello del éxodo de Moisés era irreversible, que la estabilidad hegemónica de un imperio no está para debatirse en condiciones de igualdad en foros multilaterales.
Es horrendo que se haya apelado a un sacrificio humano de tal magnitud para convencer al mundo de la firmeza e irreversibilidad de la decisión tomada por Estados Unidos y que luego será seguida por otros países.
Por lo pronto, aunque se exprese repudio en el mundo, hay cosecha política para el presidente Donald Trump, que se convierte en el único en cumplir lo que varios presidentes estadounidenses prometieron, sin materializarlo: hacer realidad la decisión adoptada por el Congreso norteamericano en 1995, de instaurar su embajada en la ciudad donde operaron los antiguos reinos de Israel.
La decisión no solo le da fortaleza en el poderoso sector judío estadounidense, sino también en el de la ortodoxia cristiana.
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