Sabíamos que había corrupción, que la mayoría de los dirigentes del Partido de la Liberación Dominicana habían perdido el rumbo, que traicionaron el legado de su fundador y guía, profesor Juan Bosch, que aseguró que ningún peledeísta se haría rico con el dinero del Estado, porque estaban en el partido para servirle al pueblo, no para servirse del pueblo, como en efecto ocurrió tan pronto llegaron al gobierno tras un pacto rastrero y racista para impedir que el doctor José Francisco Peña Gómez ganara las elecciones del año 1996.
Sabíamos que había corrupción porque la mayoría de los dirigentes del PLD no soportaba una auditoria visual al mudarse de los barrios pobres y de clase media a lujosos apartamentos en los lugares más céntricos de la ciudad, porque llegaron en chancletas y las cambiaron por yipetas, porque se divorciaron o compraron jóvenes amantes, porque compraron villas y castillas tanto en el país como en el extranjero, porque sin dar un golpe ni de barriga o de karate, sin sacarse la lotería ni heredar fortuna, se enriquecieron al amparo del Estado, del narcotráfico, del crimen organizado y del lavado de activo. No sólo se corrompieron, sino que corrompieron la sociedad haciéndole un daño irreparable.
El PLD de las rifas callejeras para adquirir fondos para mantener el partido, el PLD de los “compañeros” pregonando el periódico “Vanguardia”; el PLD limpio y transparente, el PLD que publicó los “álbumes de la corrupción” en contra de los gobiernos del partido reformista y del PRD; el PLD que prometió resolver el problema eléctrico del país en seis meses, el que dijo que acabaría con la corrupción, se convirtió en el partido más corrupto de la historia, con los gobiernos igualmente más corruptos de todos los tiempos, desapareció por completo, como si se lo hubiera tragado la tierra. (La corrupción, mejor dicho).
Ah, sí lo hubiéramos sabido, si tan solo lo hubiéramos imaginado. Pero era imposible. Solo Bosch, con su inteligencia, con su conocimiento sobre el comportamiento de la clase media, “arribita y trepadora”, lo advirtió en una ocasión cuando renunció del PLD.
Sabíamos que había corrupción. Siempre la ha habido, ¿cuánto no? Lo que no podíamos sospechar es que fuera tanta. La hipercorrupción se develó ahora, con la llegada al poder de Luís Abinader y la designación de Mirian Germán como Procuradora General de la República, sin ataduras políticas ni partidaria, con el mandato único de actuar de manera independiente con apego estricto a la Constitución y las leyes. Ahora, con un presidente trabajador y honesto, con un ministerio público encabezado por una mujer igualmente honesta y trabajadora, sin compromiso con la corrupción, venga de donde venga, es que nos damos cuenta de la magnitud del robo del erario. Basta con leer el expediente de tres mil 500 páginas del caso anti pulpo para darnos cuenta: basta con ver los demás expedientes para que se nos erice la piel, para que la rabia y la impotencia nos suba por los pies hasta llegar a la cabeza llena de odio y rencor contra los políticos corruptos que depredaron el país para llenarse los bolsillos. Y aun falta más, mucho más, porque las
investigaciones no terminan. Si la justicia sigue como va, sin miedo ni temor, veremos caer a otros grandes, muy grandes, a los verdaderos pulpos, a los que comieron tiburones podridos, a los que prefirieron “pagar para no matar”. Si lo hubiéramos sabido! Si hubiéramos conocido las pandillas antes de llevarlas al poder. ¡Ay si lo hubiéramos sabido! ¡Ay!