Aunque es una crítica generalizada de que nuestro sistema político es excesivamente presidencialista, a veces no nos damos cuenta de que esto es parte de una cultura que coloca al individuo y a sus intereses por encima de las instituciones y de la ley; lo que no es exclusivo del sistema político sino un vicio que afecta nuestra sociedad en sus distintas expresiones.
El problema radica en que existe un círculo vicioso de concentración de poder en la persona y de tolerancia de la sociedad a que cada vez esta concentración sea mayor, lo que lleva a extremos de permisividad capaces de que muchos pongan de lado su intelecto y la razón, buscando argumentos para justificar lo que en el fondo no son más que caprichos.
Es por esto que no se trata solamente de que un presidente, líder o caudillo actúe al frente del gobierno o de la institución que represente como si se tratara de una cuestión personal y no colectiva; sino de cómo los miembros de su gobierno, partido o institución reaccionan ante esta actitud, es decir si recordándole que debe cumplir con los límites legales o simplemente formando parte de la comparsa, por acción o por omisión.
Y no son solo los aspectos negativos que se derivan de la personificación del poder, sino también que en la medida en que las cosas funcionen bien solamente porque determinada persona ocupe la posición de que se trate, eso evidencia que hay una profunda debilidad institucional, que de no ser resuelta, hará que los mismos males que resolvió el buen funcionario, resurjan cuando otro distinto ocupe el cargo lo que ha sido repetitivo en nuestro país, quizás porque nunca se han castigado las malas acciones, ni reconocido y defendido suficientemente las buenas.
Por eso cuando analizamos nuestra historia tenemos que llegar a la triste conclusión de que los apetitos y visiones personales de nuestros gobernantes han estado por encima de la búsqueda de los mejores intereses del país, y que hemos sido incapaces de entender que un buen destino para nuestra nación depende de cuán capaces seamos de respetar el pacto social que nos hemos dado, y no de acomodar el mismo para colocar como instrumento del destino a una persona.
Algo que siempre debemos tener presente es que las personas por ley de vida desaparecen y por eso un buen líder es quien se afana por crear las condiciones para que las instituciones puedan trascender su paso e incluso superarlo.
Aun en el caso del Papa, representante de Cristo en la tierra, en el momento de su coronación se le recuerda precisamente que a pesar de su alta investidura no deja de ser un mortal, con la frase “sic transit gloria mundi”, que quiere decir así pasa la gloria del mundo.
El debate político es consustancial a una democracia, pero solo puede ser auspicioso cuando su interés fundamental es el convencimiento de que determinada posición o acción es no solo la que conviene al país, sino la que cumple con el marco legal. Lo que conviene coyunturalmente a una persona y sus acólitos mañana puede incluso convertirse en su propia trampa, como ha sucedido otras veces.
No nos dejemos distraer con una cartelera de un supuesto debate jurídico que simplemente se trata de un firme y apasionado pulso que esconde una vieja rivalidad, que no tiene que ver solo con la forma de celebración de las primarias que al final solo les importa por quien pueda salir ganancioso en la pugna, sino con el control del Estado, como se verá con la próxima selección de cuatro nuevos jueces del Tribunal Constitucional.