Relaté antes que el origen de la voz “sicofanta”, que indica a personas despreciables por ser impostores y calumniadores, proviene de “quien muestra el higo”, cuando en una época pretérita en Grecia se prohibió el tráfico de esa maravillosa fruta, estimulando su contrabando.
Cada vez que, desde los albores de la civilización, alguna sociedad prohíbe algo que el público desea o crea impuestos desorbitados al comercio de ciertos productos, los sicofantes y contrabandistas buscan cómo satisfacer la demanda insatisfecha. La exorbitante carga impositiva a los cigarrillos, por ejemplo, ha resultado en que casi la mitad de los fumados en el país entran contrabandeados. La asociación de fabricantes de cigarrillos, ASOCIGAR, reveló que el Estado ha perdido más de RD$20,000 millones en los últimos siete años por ese comercio ilícito.
Pese a la flagrancia del delito y los esfuerzos gubernamentales, que ASOCIGAR dice apoyar, cualquiera se pregunta si no convendría más reducir los impuestos a los cigarrillos para desincentivar su contrabando. Similarmente ha ocurrido con el alcohol ilegal. La lección luce sencilla…