Sé de Sigfrido, lo menos parecido a un cacique militar de horca y cuchillo, desde que, alférez de navío, denunció a políticos del Este como los grandes beneficiarios de la “Yolanda”; y luego, capitán de fragata, como el más cabeza-caliente de la frustrada reforma militar; y después, capitán de navío, declinándole a Hipólito la jefatura de la Marina; y, por último, en los mandos más altos, con Leonel y Danilo. Si ya se va, puede irse tranquilo. Nadie se asombrará al verlo por estas calles, liberado de charreteras, rumbo a San Carlos o a los palcos bajos del Quisqueya (por el lado del Escogido, por supuesto).
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