Las Glorietas, nombre con el que se conoce a esas estructuras arquitectónicas que en la mayoría, sin tener forma redonda, ocupan un círculo central en los parques o plazas públicas de las ciudades o pueblos de nuestro país, pero no deja de ser un elemento común a todas las ciudades que componen el eje latinoamericano. Sus orígenes quizás nos remonten al pasado de las aldeas de la edad media, modelo de ciudad que inspiró la conquista, en donde los parques, las iglesias y el comercio agrupaban en un espacio como eje central de control y protección de las villas y sus habitantes.
En la mayoría de los casos representaban el recuerdo u homenaje a una fecha histórica, un tratado o reconocimiento, o sencillamente un elemento atractivo cuyo atrio central se utilizaba como teatro o escenario para presentación de manifestaciones culturales, discursos públicos, literarios o simplemente como espacio para el esparcimiento y la diversión, lo cual con el desarrollo histórico del progreso se ha ido desfasando y ha perdido la centralización que caracterizaba estos lugares en el pasado.
Como convivencia cultural, allí se mostraban las bandas de música municipales o de las distintas divisiones de los cuerpos castrense (Ejercito, Policía, Marina de Guerra, etc), que como sabemos cada uno tiene su banda de música, las cuales en algunos casos, solo una élite tenía acceso a disfrutar de sus conciertos, pero en los espacios públicos, sean parques o glorietas, todos tenían la posibilidad de escuchar la música y los atributos característicos de estos grupos.
Hoy día todo eso ha desaparecido en gran parte, aunque no totalmente, pues tanto el Ministerio de Cultura como algunas instituciones y patronatos privados, como la Sociedad Renovación de Puerto Plata, todavía ofertan conciertos e las glorietas, como el caso reciente del homenaje-concierto dedicado a la celebración de los 100 años del mago de la media voz, Don Juan Lockwart, que ofreció la soprano lírica no vidente Jeannette Márquez, con la Sinfónica Nacional, dirigida por José Antonio Molina, destacadísimo maestro de talla internacional en la glorieta victoriana del parque central, creación contemporánea construida en los años 70 frente a la Catedral de San Felipe durante el inicio del desarrollo turístico de esa ciudad de la costa norte.
Las glorietas están ahí, como testigos silentes de pasado esplendor, frías como el temporal de un huracán, otras como novias de pueblo, empolvadas o a medio maquillar, con las ilusiones rotas pero la esperanza a medias, de que algo puede suceder y lo único que no tiene remedio es la muerte. En el antiguo parque Duarte de Santiago todavía está activa, mirando con tristeza el silencio sepulcral del antiguo Centro de Recreo, los que una vez fueron cómplices de la cultura, la diversión el preámbulo de muchas reinas, sin su sonora banda de música, sola en el centro del parque, permanece fiel al tiempo la que una vez fuera única en su estilo arquitectónico, hoy es una semiruina, la glorieta. Republicanas, goticas, victorianas, griegas, romanas, modernas… hoy son solo símbolos de un pasado esplendor, o como diría Salomé Ureña:
«Soberbios monumentos de otros tiempos, del pasado esplendor, reliquias fueron»