Hace unos días sostenía una conversación con un amigo sobre la gobernabilidad. Yo alegaba que era válido afirmar que en los últimos años, como sociedad, hemos mejorado nuestra capacidad de producir gobernabilidad. En ese punto él no estaba de acuerdo.
A mi entender, la gobernabilidad se refiere a un conjunto de capacidades sociales y políticas que se identifican tanto en el Estado como en la sociedad civil. Cuando hablamos de gobernabilidad lo hacemos sobre la base de la capacidad de llegar a acuerdos, producir entendimiento y actuar para hacer efectivos esos acuerdos. Incluye tanto los procedimientos, reglas y espacios formales de diálogo y decisión como las prácticas sociales no formales y hasta emergentes frente a asuntos cuya solución es imprescindible para que la sociedad pueda funcionar. Involucra las reglas, los procesos y los procedimientos tendentes a armonizar intereses y puntos de vista distintos sobre cómo y hacia dónde dirigir la sociedad.
Mi amigo sostiene que en esos aspectos no es cierto que hayamos avanzado: lo que ha sucedido es que frente a la irrupción de nuevas formas de protesta social e incidencia de parte de sectores de la sociedad civil, los actores políticos e institucionales del Estado hemos mejorado nuestra habilidad para desmovilizar, tomando en cuenta parte de la agenda de grupos descontentos, que tienen el poder de influir en la opinión pública, y manteniendo una actitud y unos canales de diálogo que nos sirven para anticipar o reaccionar a tiempo frente a la posibilidad de esa protesta social.
Me parece que, aún si fuera cierto que el cambio de actitud y procedimientos en los actores de gobierno se redujera sólo a anticiparnos o reaccionar frente a la protesta social, eso ya sería un cambio en las capacidades de gobernabilidad de nuestra sociedad. Pienso que vamos en un proceso de cambio en las capacidades sociales y políticas de mayor alcance y profundidad.
La gobernabilidad no es sólo un conjunto de capacidades y actitudes sociales. Es también un estado de situación, un conjunto de resultados. Un gobierno, cualquiera que sea, se interesa constantemente en generar situaciones de gobernabilidad, porque ésta es una condición para la estabilidad y el consenso político y social.
Si motivados por ese interés los actores políticos y gubernamentales aprendemos a escuchar, atender, reaccionar y prever roles y posturas frente a temas de conflicto o generadores de dificultades y alteradores de la gobernabilidad, entonces, independientemente de las percepciones particulares de los actores políticos y funcionarios gubernamentales, si actuamos hacia la producción de esa gobernabilidad, estamos produciendo un cambio en la cultura política y en la cultura de gobierno. Y ese cambio se produce no sólo en los actores de la sociedad política, sino también en los de la sociedad civil.
Eso es lo que está sucediendo en la sociedad dominicana desde hace unos años. De forma lenta, pero gradual y en ascenso hemos ido desarrollando cada vez más destreza y actitudes para producir acuerdos y generar convergencia de intereses y puntos de vista.
No se trata solamente de que, desde el gobierno, haya una conducta más abierta al diálogo y a tomar en cuenta las agendas de grupos de interés o de presión. También en la sociedad civil ha ido desarrollando competencias para producir e insertar temas en la agenda pública, formar coaliciones o alianzas y colocar posiciones en la opinión pública, utilizando técnicas y procedimientos modernos.
La interacción entre sociedad política y sociedad civil es, entonces, una dialéctica que produce una situación global, una cultura, que trasciende tanto a las lecturas instrumentales como las mediatizadas. Y eso está sucediendo y nos está cambiando.
Estamos aprendiendo a gestionarnos de un modo distinto. Las habilidades de incidencia y movilización social, el uso de medios tradicionales y nuevos, están creando formas de relacionarnos que son muy distintas a las que prevalecieron en el pasado reciente. Estamos avanzando hacia formas más democráticas de convivencia, a pesar de los déficits que hemos acumulado en muchas áreas de la misma.
Producir gobernabilidad de manera democrática en una sociedad que contiene y genera gran cantidad de conflictos es un paso de avance innegable. Tanto los actores sociales como los políticos estamos siendo permeados por nuevos estilos y prácticas, que están aumentando nuestra capacidad global de entendernos y llegar a acuerdos, capacidad que deber ser utilizada de manera consciente y que debe ser desarrollada tanto para nuestro beneficio como para asegurar la gobernabilidad de las futuras generaciones.
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