No ha sido nunca fácil. Ni lo será, porque es parte de su naturaleza, rebelde sin piedad ni titubeo. Lo conozco desde las aulas universitarias y lo recuerdo como el más contestario de los casi dos mil a quienes me tocó impartirle los fundamentos de la interpretación periodística, entre los años 1973 y 2005, con dos pausas, en la más antigua universidad del continente.
Disfruté de sus ocurrencias y alegatos porque siempre me han gustado los estudiantes y las mujeres de recia personalidad, distantes de la sumisión y el conformismo, que se atreven a la discusión y andan soñando con auténticas utopías.
Pero como todos los jóvenes izquierdistas de la segunda mitad del siglo veinte, él bordeaba frecuentemente la línea de lo ilusorio, hasta niveles radicales que nunca pude validar. Por ejemplo, cuando sostuvo en una clase que un periodista no podía autocensurarse.
Traté de demostrarle que la autocensura, como todo en la vida, tenía relatividad. Y le pregunté si él no se autocensuraba ante la compañerita bien aparecida que tenía al lado, si le decía a su madre o al padre todo lo que le pasaba por la cabeza, o a la vecina, casada con un boxeador, le gritaba lo buena que estaba. Que si eso ocurría en la vida personal, con más razón por los medios de comunicación, que lo importante era no autocensurarse en las cosas fundamentales, en las trascendentes, en el patrimonio común, en la lucha por un mundo mejor.
No estoy seguro que llegara a asumir mi postulado de que no hay necesidad frente a un hijo de puta de gritárselo con palabras tan fuertes. Si lo es, y usted lo investiga, probablemente establezca que nació en un barrio epicentro de la prostitución capitalina, que no conoció a su padre y tuvo varios hermanos de madre que se desperdigaron antes de ser adolescentes.
Pero a Marino siempre le ha gustado ir a lo directo, para que nadie se quede sin entender, casi sin desperdiciar oportunidad de gritar asesino o corrupto a unos cuantos de los millares que abundan en estos lares. No da ni pide tregua en su eterna cruzada contra los malvados y depredadores. Con valentía que obligan a respetarlo, y a llevarlo en el alma con la esperanza de que sea suficiente para protegerlo de las acechanzas y la alevosía.
Seguro alguna vez hemos disentido de su tono, pero siempre coincidimos en el fondo y en la decisión de enfrentar los agentes de la corrupción, del abuso de autoridad, de la burla de la ley, de las mil recurrencias rancias que carcomen el alma de la sociedad.
Celebro que hoy día Marino Zapete sea un símbolo de la libertad de expresión, del periodismo comprometido, dispuesto a batallar hasta el final, no importa la dimensión de los farsantes que deba enfrentar. Y se toma el tiempo y las diligencias de investigar, de contactar.
Incorruptible, no asimilable por el poder político o económico, y lo ha demostrado en sus compromisos laborables, con empresa y al menos en un gobierno. Porque él dirigió departamentos de comunicación en el primer gobierno del PLD, y hasta con el general Candelier, pero no dejó allí su cabeza ni su rebeldía. Y ha enfrentado todas las desmesuras que comenzaron justo en la segunda mitad de aquel régimen, para magnificarse en los años posteriores hasta las ruindades y desproporciones de nuestros días.
A Marino le sobra el valor que no han tenido empresarios, sindicalistas, religiosos, políticos y dirigentes sociales que se rinden, o se inclinan ante las presiones del poder, sin reparar mínimamente en la hipoteca social de la comunicación y especialmente del periodismo.
El último tropiezo de Marino Zapete es particularmente grave, porque todo lo que dijo sobre una hermana del Procurador General está fundado en documentos. Sin el menor invento. Ella podrá hacer algunas precisiones o alegatos, pero los datos están documentados. Puro abuso de poder que extiende una práctica sufrida recientemente por Altagracia Salazar, Edith Febles, Ricardo Nieves, Domingo Páez. Presiones que conocen muchos otros comunicadores como Fausto Rosario, Nuria Piera o Alicia Ortega, para quedarnos en los más relevantes.
El intento de silenciar a Zapete es un zarpazo más de los que gobiernan de espaldas a la sociedad, que no responden cuestionamientos y ni siquiera dan ruedas de prensa, y sólo admiten entrevistas su propia legión de comunicadores. Pero las voces de alta dimensión no pueden ser acalladas por las miserias y negocios del poder. Me quedo con el Marino que conocí en los glamorosos setenta del siglo pasado.-
Recibe las últimas noticias en tu casilla de email