De ser un país que recibió halagos a nivel internacional por la forma en que habíamos manejado la pandemia del COVID-19, ahora nos vemos con pronósticos devastadores acechándonos, que de convertirse en realidad, llevarían el luto a miles de familias dominicanas.
La presión económica y las necesidades de los trabajadores y empresas nos llevaron a una desescalada que en papel lucía bien, pero solo si se cumplían con indicadores precisos que nos permitieran continuar a la siguiente fase.
Más de un millón 300 mil trabajadores entraron al mercado en menos de tres semanas y aunque nos detuvimos en la fase dos, luego brincamos a la cuatro de un golpe, con una reapertura total el primero de julio.
Solo en esa extensión de la fase dos, aumentaron los casos en un 148 por ciento.
Igualmente durante las dos semanas de las fases uno tuvimos 70 fallecidos.
Durante la extensión de esa fase dos del 17 al 30 de junio las muertes llegaron a 121.
Y en las casi dos semanas, que se cumplirán mañana, tras la reapertura total, llevamos 145 fallecimientos.
Son datos que no se pueden obviar.
Súmenle que esa misma semana de reapertura, también inició el proselitismo, las caravanas, reparticiones y las elecciones del 5 de julio, para cumplir con nuestro deber democrático.
Pero si a esto le añadimos el ingrediente más importante, la irresponsabilidad de la población, la falta de amor por la vida, la violación a todo tipo de medidas de precaución, ignorando las recomendaciones que se han estado indicando desde marzo, la receta sin duda alguna no puede dar otro resultado que el panorama sombrío que estamos viviendo.
Una tasa de contagio que se ha incrementado en más de un 49 por ciento en los últimos 15 días según Salud Pública.
Los hospitales y clínicas al borde del colapso, las unidades de cuidados intensivos llenas, nuestro médicos y enfermeras agotados, la interminables filas de los que desesperadamente buscan una prueba y esos pronósticos que les adelante, que en el mejor de los escenarios dicen que alcanzaremos los 5 mil fallecidos en los próximos tres meses.
O aquí tomamos medidas urgentes de restricción de movilidad como recomienda la representante de la Organización Panamericana de la Salud, o la situación se tornará inmanejable.
Nadie quiere entorpecer la reapertura, pero la realidad es que muchos países han tenido que volver a cerrar, por lo menos de forma parcial, para poder controlar la enfermedad.
Ya Estados Unidos nos ha elevado a la categoría 4, advirtiéndole a sus ciudadanos que no viajen a nuestro país por las condiciones actuales.
Qué esperamos entonces para tomar medidas urgentes y drásticas.
Sí, estamos en un periodo de transición, sí tenemos a un gobierno que está a punto de salir y otro que se alista para tomar el control.
Pero ambos en estos momentos deben trabajar juntos para tomar las medidas pertinentes que puedan sacarnos adelante.
Esto es una responsabilidad compartida de ambos y sería una irresponsabilidad de ambos no actuar de forma acorde y urgente.
Por su puesto, ninguna medida gubernamental puede suplantar el sentido común, la disciplina y el orden que debemos mantener todos como ciudadanos, evitando las aglomeraciones que vimos este fin de semana en Santiago y en el Gran Santo Domingo. Ante la incredulidad por las imágenes que veía en las redes sociales, decidí recorrer en auto el malecón de la capital junto a mi familia.
Que dolor e indignación ver casi un 90% de los que estaban allí sin mascarillas o con un uso incorrecto y aglomerados hasta en los lugares donde no había luz.
¿Es que no entendemos que en gran medida la salida de esta crisis depende de nuestro comportamiento?
Seamos conscientes y asumamos la responsabilidad individual que nos toca a cada uno.
Al virus no lo vence el país más poderoso del mundo, lo vence una población disciplinada.
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