En un gazebo del residencial Ensueño en San Francisco de Macorís, la fiesta final del tradicional angelito terminó en tragedia. Como terminó muy cerca de ahí, en el sector El Placer, de Tenares, la carrera de motores pilotados por adolescentes. El fin de semana fue todo lamentos en estos municipios al nordeste del territorio nacional.
Porque les dijo que le dolía la cabeza y les pidió que bajaran el volumen de la música, Leonel Emilio Lugo, 48 años, oficial retirado de la Policía, murió este domingo cerca de las 12 de la noche minutos después de recibir una lluvia de balas a quemarropa por parte de uno de los fiesteros. Según versiones preliminares de dos hijas, pese a sus gritos de auxilio, los presentes corrieron en todas direcciones, dejando a su padre moribundo en el suelo.
Dos motoristas habían muerto cinco horas antes en la endiablada avenida Aníbal García, de Tenares, y producto de su esquizofrénica competencia se habían llevado al conocido Julito el rifero, quien nada tenía que ver con eso.
Estamos ante dos escenas de una película tenebrosa que por repetirse a diario a nadie asombran. Y no debería ser así. Revelan el equivocado rumbo que lleva la sociedad: gobernantes y gobernados. Unos y otros, irresponsables. Los primeros, porque malgastan el tiempo con detallitos que tapan las causas de los problemas. Y los segundos, porque actúan a la libre, negándose al orden y al respeto a los demás.
El policía no hubiera muerto si aquí no sufriéramos una maldita cultura de “vaqueros del oeste”. Muchos hombres dominicanos podrían olvidar ponerse los calzoncillos, pero jamás las pistolas para sentirse orgullosos de su poder, de su hombría. Las pistolas son extensiones de sus penes.
Las calles, avenidas y carreteras están preñadas de machos petulantes, superpoderosos que desafían a quien sea. Ningún sitio es seguro aquí, por más seguridad que pregone. Los asesinos en potencia entran a los sitios públicos (restaurantes, plazas) y dejan, por obligación, sus armas en sus autos y yipetas. Pero rastrilladas, listas para buscarlas y matar. Es la única idea que han grabado en sus cerebros de mime.
¿Por qué hay tantas pistolas, revólveres y escopetas en las calles? Porque en las autoridades predomina un criterio rentista, en cuanto a las “legales”. Y porque en las autoridades prima el chivoloquismo, en cuanto a las ilegales, que se cuentan por millares. Mientras, las familias crían monstruos que puedan dominar la selva, para luego lamentarse y derivar todas las culpas a otros.
De los motorizados muertos, igual. No son ni serán los únicos. Hace mucho que mueren cualquier día y en cualquier pueblo, debido a travesuras que solo caben en las cabezas de jóvenes y adultos locos.
Si tuvieran voluntad, las autoridades nacionales, provinciales y municipales reducirían al mínimo la rumba de fallecimientos y lisiados que dejan los mal llamados accidentes de tránsito, en especial los de motocicletas.
El ocurrido en el municipio de la provincia Hermanas Mirabal es el resultado de la indiferencia de la autoridad local frente a los excesos de velocidad y ruido en la avenida Aníbal García. Con vigilancia y reductores en esa pista de la muerte, habrían salvado a esos y a otros jóvenes y mayores.
Pero allí, como en el resto del país, la vida vale nada y el recuerdo es efímero. Por algo aplican el refrán: “Muerto al hoyo, y el vivo al bollo”. Sigamos entonces entre placeres e indiferencia hasta que un día amanezcamos en una sociedad inviable.