Hijo de un teniente general trujillista, Francis vivió el privilegio del rango paterno y condición social familiar. Fue un oficial ‘faltador’, que no completó su entrenamiento en Estados Unidos ni logró permanecer en las Fuerzas Armadas sin frecuentes traslados –fue hasta policía— o la salvadora intervención de padrinos.
Hasta entrar al grupo constitucionalista, por un enllave de Ramfis, hijo de otro jefe trujillista, los hitos de su carrera fueron sobrevivir al tiroteo de Palma Sola en 1962, no tirar a Bosch al mar tras el golpe de septiembre de 1963 y dar macanazos a civiles. Saltó inesperadamente al liderazgo revolucionario en 1965 por la hepatitis de un superior y la muerte de Fernández Domínguez. Mandaba en El Conde mientras Chichita jugaba bingo donde Imbert Barrera.
Impetuoso, acostumbrado a ganar, aunque perdiera, la paz tras la guerra le resultaba incómoda. Desertó para entregarse a un Fidel que lo embarcó. Como cada febrero desde Caracoles de 1973, a este complejo Caamaño, heroico porque combatió a los americanos, las arcaicas izquierdas quieren presentarlo como un padre de la patria, que nunca fue, pues padre no pudo ser ni de sus hijos.
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