UNO
La Embajada norteamericana quiso ponerse a tono con lo que constituye una constante en la historia dominicana: La vocación de eternidad, la reelección perpetua; y dejó caer un artículo sobre la relación entre consolidación institucional y reelección. De seguro que el danilismo tomó nota; y los poderes fácticos, tan sumisos al poder político en nuestro país, sabrán cuál es el punto de vista de “LA EMBAJADA”. Igualmente la OEA lanzó la opinión de la “Comisiòn de Venecia” sobre la reelección, dándole un golpe demoledor a esa idea melcochosa que liga la reelección a un derecho fundamental del ser humano. La OEA es clara sobre lo que motivó el estudio: “La mala y reiterada práctica regional de modificar la constitución durante un mandato para buscar la reelección o la posible perpetuación en el poder en sistemas presidenciales”. La reelección no es, pues un derecho humano, y antes al contrario entraña una usurpación. Las instancias institucionales tienen derecho a ponerle límites a la ambición de poder. Ninguno de los dos documentos están específicamente referidos a la situación política dominicana, pero juntos entrañan una bomba atómica moral de un poder incomparable, que revienta en las entrañas mismas de los aprestos reeleccionistas de Danilo Medina. Son ideas que vienen de afuera, provienen de fuentes de poder, y llegan y robustecen las posiciones institucionalistas opuestas al continuismo.
DOS
Nosotros hemos vivido hasta la saciedad el desgarramiento del pequeño burgués que se traga el suspiro de su condición de insustituible. Ni el artículo de la EMBAJADA, ni el informe de la “Comisión de Venecia” nos pueden enseñar nada. Pedro Santana se reeligió tres veces. Buenaventura Báez cinco. Ulises Heureaux (Lilís) cinco veces. Rafael Leónidas Trujillo, cinco veces. Joaquín Balaguer seis veces. Leonel Fernández tres veces. Y Danilo Medina dos veces. Entre todos, suman ciento doce años de vida republicana, un poco más de la mitad de toda nuestra existencia como país. Nuestra “democracia” ha sido históricamente una caricatura, tan llena de violencia institucional, que todos los excesos del autoritarismo nos parecen naturales. Los gobernantes no se han ceñido al espíritu de la constitución, y a pesar de que en muchos casos ésas constituciones son obras de ellos mismos, el afán continuista los lleva a violarlas. En 39 oportunidades el espíritu de la constitución se ha ido al carajo, y 36 de ellas han sido para permitir la reelección. Cuando Balaguer decía que la constitución era un pedazo de papel, dialogaba con la historia objetiva. Santana hizo seis constituciones, y las modificó todas. Báez se enseñoreó sobre cinco, y cuando le dio su gana las violó. Hipólito Mejía no hizo constitución, pero modificó una para intentar reelegirse. Trujillo no tenía que modificar códigos para imponerse, su voluntad bastaba. Leonel Fernández casi viola una constitución virgencita todavía, la del 2010, intentando reelegirse. Y Danilo juró y lloró, se hincó sobre un guayo bajo el sol clamando una oportunidad, una sola decía, que le permitiera demostrar que había “hombres serios” que respetaban la palabra empeñada. Y luego se tragó su vergüenza, y encanalleció toda la sociedad para permanecer en el poder. Pervirtió toda la frágil institucionalidad lograda, y nos ha legado el gobierno más corrupto de toda la historia republicana.
TRES
Es por eso que el artículo de la EMBAJADA, y el informe de la “Comisión de Venecia” de la OEA resultan oportunos porque si hay un país en el cual todos los factores negativos que acarrea la ambición desmedida de sus gobernantes están presentes, ese es la República Dominicana. Hay que superar esa etapa, hay que desterrar esos seres providenciales que se nos quieren hacer creer que ellos son la salvación del país. La amargura de nuestro acontecer es la comprobación angustiosa de que entre nosotros lo normal es la quiebra de la razón.