Si la persona escogida por los demócratas para la refutación del primer discurso sobre el estado de la nación del presidente Donald Trump, fuera un factor de medición del impacto de esa alocución, hay una temprana confesión de debilidad por parte del partido llamado a presentar la opción sustituta: por más hastíos tempranos que haya despertado el actual mandatario estadounidense, no se avizora aún la figura que pudiera desplazarle cuando opte por la reelección.
Cualquier opción hubiese sido mejor que refrescar ante un segmento importante del electorado estadounidense, la repulsión dinástica, que es lo que han hecho al apelar a un Kennedy. Hillary Clinton terminó abatida por Barack Obama y después por Donald Trump, entre otras cosas, porque la instintiva racionalidad de los electores rechaza la entronización de una nueva dinastía.
El mensaje supremacista que atribuyen a Trump no lo van a contrarrestar enfrentándole a un blanco acomodado de un Estado excesivamente demócrata, cuyos méritos para contestar un mensaje presidencial, correspondan no a la persona, sino al prestigio de su familia.
Un detalle personal pudo haber arruinado la presentación del presidente: la ausencia de la primera dama, Melania Trump, pero ella y sus asesores y quien sabe si los del presidente, sabían que una cosa eran los efectos del plante que le hiciera al esposo, para la cumbre de Davos, en Suiza, en justa valoración del orgullo y la dignidad femeninas, por la exposición de pagos de la campaña de su marido para que una señora no denunciara gratificación recibida para proporciónale entretención sexual.
La regia elegancia de la primera dama fue uno de los detalles distintivos del escenario en el que Trump siguió la tradición entronizada por Woodrow Wilson, de no solo enviar un informe escrito de rendición de cuentas ante el Congreso, sino de recrear ante las cámaras de televisión y las principales autoridades del país un resumen humanizado de los temas en los que ha ido trabajando la administración y logros alcanzados.
El primer filón lo sacó refiriéndose a la mejoría de ingresos que ha propiciado en los bolsillos de los ciudadanos con las rebajas impositivas, que para el caso de los negocios representa una disminución de un 35% a un 21% y en el caso de una persona con ingresos de 75 mil dólares al año, un ahorro sobre los dos mil.
También presentó un resultado muy elocuente del crecimiento de la actividad económica: la generación de 2,4 millones de nuevos empleos, de los cuales 200 mil corresponden al sector manufacturero.
Es verdad que fue sesgado al hablar de la violencia generada por las maras salvatruchas, que migran desde Centroamérica, porque no son siquiera el peor factor de inseguridad, en un país donde en cualquier momento aparece un desquiciado disparando a mansalva en una escuela, iglesia o discoteca, o en un concierto, como ocurrió en Las Vegas, lo que deriva de la venta de armas letales sin ningún tipo de regulación.
Es verdad que la puerta que dejaría abierta para la regularización de personas que viven en Estados Unidos en condiciones de ilegalidad es sumamente limitada, con un plan que apenas daría esa oportunidad a 1.8 millones, en una país donde el número de requirentes de esa oportunidad debe ser diez veces mayor, pero su discurso es coherente con lo que ofertó en campaña, y sin dudas, sabe que sus palabras estimulan anhelos de grandeza y predestinación que anidan en la idiosincrasia estadounidense.