Que Donald Trump tenga posibilidad de convertirse en el próximo presidente de los Estados Unidos de América es un asunto que hoy no se descarta porque la meta más improbable la alcanzó contra viento y marea: la candidatura republicana.
En una sociedad en la que se accede a la presidencia como fase culminante de una carrera política en la que se muestran éxitos y experiencia de Estado, llegaría a dirigirla un individuo que no tiene la menor idea de lo que es el servicio público.
La única esperanza es que si gana, esté percatado de su ignorancia y se acompañe de un equipo experimentado entre los que haya personas con templanza para hacerlo entrar en cordura cuando se les ocurra una de las suyas.
Ha contado con puntos muy ventajosos, el primero de ellos es que compite con una candidata que parecía imbatible por los altos porcentajes con los que arrancó, pero que en la campaña por la nominación se mostró muy vulnerable y no ha hecho otra cosa que decrecer.
Los concursos de belleza que muchos se tienen a menos han sido su principal zapata, es evidente que le dieron nivel de conocimiento y popularidad, que él ha sabido ampliar con un discurso que entre absurdos y aciertos, contiene lo que la gente quiere oír.
Su explicación sobre el desempleo tiene poco que ver con la realidad, pero es simple y verosímil: las empresas se van a China, México, Centroamérica y otros destinos buscando mano de obra más barata y él desestimulará esa estampida, colocándoles altos gravámenes, pero resulta que todas las cosas que se producen en esos lugares tienen un alto componente de origen estadounidense y que encarecerlas sería quitarle competitividad, que en el fondo fomentará quiebras y no conseguirá restablecer empleos que también se han ido por la robotización de muchos procesos.
Uno de sus planteamientos con amplia acogida es el de la oposición a que la nacionalidad estadounidense se genere por jus soli y su rechazo a la permanencia en los Estados Unidos en condiciones de ilegalidad.
La campaña política es un espectáculo y él es un showman que le saca provecho a todo para permanecer en el centro de la atención. Esa candidatura republicana debió corresponder a Jeb Bush, pero es muy convencional y además se parecía demasiado a alguien que el electorado republicano está rechazando: Hillary Clinton, para la gente, más de lo mismo, y muy cargada de cuestionamientos.
The Economist ha colocado el triunfo de Trump entre los diez grandes riesgos que enfrenta la humanidad, pero de hecho ya se registró uno de ellos y el mundo aún no se ha venido abajo: el triunfo del Brexit en el Reino Unido.
A parte de Melania Trump y de los tres hijos del magnate, nadie siente orgullo de compartir espacios comunes con el hombre que ha hecho pipián la tradición republicana, se le ocurrió mencionar la universidad de la que ha egresado, y por primera vez un alma master dice que no le honra la referencia porque niega la sociedad abierta e inclusiva que inculca a sus egresados.
Medios que no quisieran verlo en la presidencia de los Estados Unidos, sin proponérselo lo han empujado, mientras los números de la cobertura a Hillary se ahogan en la negatividad, los de Trump son positivos o neutrales en 65% The Washington Post y en 63% The New York Time.