Redacción internacional.- Estas declaraciones fueron ofrecidas por la catedrática de Psicología de la universidad de Princeton y fundadora del Centro de Investigación de las Decisiones Ambientales, en la universidad de Colombia (Nueva York), durante de su visita a Bilbao para recoger el premio Fundación BBVA Fronteras del Conocimiento en Humanidades y Ciencias Sociales.
Pregunta (P): ¿Qué hay detrás del creciente apoyo a los populismos en Europa o a Donald Trump en Estados Unidos?
Respuesta (R): El galopante aumento de la desigualdad de las últimas décadas. Hemos dejado a mucha gente atrás desde el punto de vista económico y social, y se sienten frustrados, asustados y desasistidos. Los populismos, llámense Trump o Marine Le Pen, han sabido cosechar del sentimiento de ira y miedo de las personas a las que el sistema ha dejado en la estacada.
P: ¿Son esos mismos sentimientos los que llevan a la gente a creerse noticias falsas?
R: En parte sí, pero hay también una responsabilidad importante de las grandes empresas tecnológicas y de su tendencia a crear burbujas. Los algoritmos tienden a amplificar creencias existentes, aunque sean erróneas, en lugar de a corregirlas o a incluir opiniones más minoritarias. Además, tras la semilla de la desinformación, hay intereses de gobiernos, como el ruso o el chino, para que la gente deje de creer en la democracia.
P: Hace décadas se incorporó al panel de expertos en cambio climático de Naciones Unidas (IPCC, en inglés) para explicar porqué aún conociendo la gravedad del calentamiento global no actuamos. ¿Ha cambiado en algo nuestra actitud?
R: Algo se mantiene: nuestra comprensible actitud a alejarnos de un problema de tal magnitud que no podemos resolver, eso nos frustra y la tendencia es a no pensar en ello. Y algo ha cambiado: hoy el 80% de la población quiere que los Gobiernos actúen frente el cambio climático, y la mayoría del sector privado también.
P: ¿La solución a la crisis ambiental pasa fundamentalmente por los gobiernos y por la regulación?
R: Sin duda. Por eso elegimos y pagamos a nuestros responsables políticos, gobiernos y expertos, para que aborden problemas en el largo plazo. A nivel individual las personas somos ‘miopes’: pensamos en el aquí y en el ahora. Tenemos políticos precisamente para que trabajen por nuestro futuro común, el problema viene cuando solo actúan pensando en su propia reelección.
P: ¿Qué podríamos hacer para que los políticos aparquen el cortoplacismo electoral y piensen a largo plazo?
R: Reformas gubermentales en dos sentidos. Lo primero, limitar la influencia de los grupos de presión (lobbies), y prohibir su contribuciones a los partidos políticos. Y lo segundo, hacer que los políticos tengan mandatos más largos, de ocho o diez años, y no permitir que sean reelegidos. Si un político sabe que no puede ser reelegido acabará pensando en el futuro y haciendo lo que es bueno.
P: ¿Tiene esperanza en que los jóvenes afronten la crisis ambiental de manera más contundente de lo que se ha hecho hasta ahora?
R: Si. A las generaciones más mayores nos ha dominado el miedo frente al cambio climático, a ellos les mueve la ira, que es una emoción mejor para cambiar las cosas. La clave es canalizar esa ira de una forma más constructiva. En lugar de arrojar pintura a cuadros emblemáticos de los museos deberían de tratar de formar parte de partidos e instituciones y cambiar las cosas desde dentro, o estudiar ciencias y hacer avances en materias útiles para la transición ecológica, como el hidrógeno verde o la fusión.
P: Tras cuatro décadas investigando la psicología en la toma de decisiones ambientales, ¿Se ha ido haciendo más optimista o más pesimista respecto al ser humano?
R: El optimismo y el pesimismo son dos formas de fatalismo, yo prefiero la esperanza aplicada: creo que el mundo puede ser un lugar mejor pero que hay que trabajar y luchar cada día para que así sea.
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