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Tuertos reyes

Comoquiera vivimos felices, con academias y poca ciencia; muchos libros y pocos pensadores; y politiquitos expertos en marrulla, pero con poco seso.

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Nunca olvidaré la seriedad con la que un reconocido profesional dominicano me aseguró que había comprado en Nueva York un ejemplar de “Propinquity of Self”, la portentosa obra del filósofo y científico escocés de origen español, don Íñigo Montoya.

El afán por aparentar una cultura que no se tiene es quizás propio de pueblos pobres y atrasados donde, como ocurría aquí hace mucho, cualquier campesino daba para arzobispo. La enormidad de data disponible digitalmente en vez de curar la ignorancia quizás la acentúa, pues la sobreabundancia de información la desvaloriza y hace abrumador ponerle asunto a todo.

Vi una crónica sobre un dominicano que dizque ‘refutó’, o sea que impugnó con argumentos, las teorías de Einstein. ¿Habría logrado alguna eficacia esa contradicción en esta era de híper comunicación, aun careciendo de fundamento científico? Explicar mal lo que no se comprende es una tara de periodistas que nos metemos en aguas más profundas que nuestra capacidad.

Comoquiera vivimos felices, con academias y poca ciencia; muchos libros y pocos pensadores; y politiquitos expertos en marrulla, pero con poco seso.

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