Un análisis de la palabra “corrupción” en el discurso de danilo

El discurso tiene 51 páginas, algo más de cuarenta mil palabras, y aborda una variedad de temas sobre la relación entre gobernante y gobernados

El discurso tiene 51 páginas, algo más de cuarenta mil palabras, y aborda una variedad de temas sobre la relación entre gobernante y gobernados. Siguiendo el libro de Roland Barthes, “La aventura semiológica”, el tono mayor del discurso se inscribe en lo que Barthes llama “La retórica erotizada”. En la estructura del lenguaje “La retórica erotizada” implica dos interlocutores, y que uno de ellos otorgue.

Desde el discurso, Danilo es el “dicente”, el que habla es él; y el que otorga, el que escucha, el pueblo. La idea era enamorar, conquistar a la amada (el pueblo). Pero, “La retórica erotizada” se quebró, porque “el que otorga”, el pueblo, se sintió extrañado por el hecho de que habiendo empleado algo más de cuarenta mil palabras, la palabra “corrupción” brilló por su ausencia. Solo una vez, en ese mar de palabras esculpidas con el fin de enamorar y conquistar se le escuchó mencionar la palabra “corrupción”.

¿Por qué Danilo Medina le huyó como el Diablo a la cruz a la palabra “corrupción”?
Hay un mecanismo lingüístico profusamente empleado en la literatura llamado “epíteto”, que se coloca como un adjetivo distintivo del sujeto nombrado. En esa obra cumbre del mundo griego, “La Ilíada”; el aedo Homero la comenzó a emplear para resaltar las cualidades particulares de los héroes. Desde su aparición en escena, por ejemplo, el semi-Dios Aquiles al ser nombrado siempre se le agregaba “El de los pies ligero”.

En la misma medida en que la narración avanzaba, y se asociaba mecánicamente el epíteto con el sustantivo (“Aquiles, el de los pies ligero”), llega un momento en la obra que para nombrar a Aquiles basta decir “el de los pies ligero”. Solo con leer “El de los pies ligero”, el lector reproduce desde el grafema la figura de Aquiles sin necesidad de nombrarlo. Reiterándolo una y otra vez en el discurso, el epíteto no sólo reproduce una cualidad del sujeto, sino al sujeto mismo.

Es lo que pasó con el epíteto “come solo” adjudicado también al PLD, que pasó de una significancia semántica a una significancia semiótica. Alguien que le guste comer solo alcanza apenas una significancia semántica. Pero, “Come solo” es una significancia semiótica que al pronunciarse remite a la práctica política del PLD. Únicamente entre los dominicanos tiene sentido. Pero como significancia semántica es común a cualquier persona que le guste comer sin compañía.

Danilo Medina le huyó a la palabra “corrupción” porque el vocablo se ha transformado en epíteto, y consciente o inconscientemente identifica en el presente una práctica que describe al PLD.

Durante todo el año 2017, y lo que va del 2018, un buscador en las redes arroja un empleo de la palabra de más de once millones de veces. De esos más de once millones de menciones de la palabra “corrupción” en las redes, un poco más de nueve millones de su empleo relaciona la corrupción con las siglas PLD. Es una metástasis lingüística, una significancia de sentidos que la transforma en epíteto.

Danilo Medina hablando de la corrupción hubiera sido como tomarse un selfie, porque en el presente actual la palabra “corrupción” es un épiteto, un agregado, que acompaña las siglas PLD.

En estricta lógica formal, cada vez que una persona emplea la palabra “corrupción”, hablando de política, reproduce mecánicamente en su mente las siglas PLD. La corrupción no es un atributo exclusivo de los peledeístas en la vida republicana, pero el factor asociativo, la reiteración del término ligado a los múltiples escándalos de corrupción en los gobiernos del PLD, han terminado por transformarla en un vocablo marcado.

Por eso, esa única vez que en su discurso de más de cuarenta mil palabras Danilo Medina usó la palabra “corrupción”, le brotó una gota gorda de sudor. Lo deslumbró la luz del selfie.