Un año muy malo

Este 2020 ha debido llevarnos a la reflexión porque la vida ha cambiado fruto del coronavirus que aún persiste en todo el mundo, menos en la Antártida, el cuarto continente del planeta, desierto, frío, ventoso, donde apenas residen mil personas, o menos.

Han habido años muy malos en la historia de la humanidad, algunos en los que ha estado en juego la propia existencia del planeta, años en que la raza humana ha estado en peligro de extinción, años en que las guerras han devastado ciudades y pueblos con un costo enorme en vidas y propiedades materiales, años inolvidables, sin dudas. Este 2020 estará entre los años más duros y difíciles en lo que va de este siglo, sin dudas.

Las amenazas contra el planeta, por razones naturales, nunca han cesado ni lo harán hasta que un día, por un diluvio, un meteoro, una erupción volcánica o cualquier otra, nuestro modo de vida termine dándole paso a otra forma. No lo sé con certeza, solo sé que el ciclo dialectico de las cosas dice que todo lo que nace muere, incluso los astros. Y como si fuera poco, el hombre es enemigo del hombre, el hombre es un depredador que va matando su entorno reduciendo la vida. La explotación del hombre por el hombre mismo es la principal pandemia del mundo.

Este 2020 ha debido llevarnos a la reflexión porque la vida ha cambiado fruto del coronavirus que aún persiste en todo el mundo, menos en la Antártida, el cuarto continente del planeta, desierto, frío, ventoso, donde apenas residen mil  personas, o menos.

El Covid-19 no sólo ha matado a cientos de miles de personas y enfermado a millones, sino que ha disminuido la calidad de vida, matando, enfermando, frenando las economías y el progreso individual y colectivo de los pueblos. La vida le ha cambiado a la humanidad, pero la humanidad parece no darse cuenta, porfiadamente sigue actuando incorrectamente apegada a intereses políticos y económicos de grupos y de países, no en el planeta, el país grande  de todos.

La calidad de vida de la población mundial se ve afectada en materia laboral, vivienda, salud, seguridad, alimentación, etc. Más de dos mil 700 millones de personas están sin empleos o a punto de perderlos. La economía se ha desplomado.  Estados Unidos, la potencia económica y militar más poderosa ha sido de los más afectados, al igual que España, Italia, Inglaterra, Brasil, entre muchos otros, en gran medida por la inconsistencia, por la insensatez de los mandatarios. (Suelo decir que el mundo está dirigido por estúpidos, incapaces de ver más allá de sus narices)

La República Dominicana, ha sido impactada fuertemente –más que muchos otros del área- por el tratamiento politiquero de las autoridades anteriores le dieron para sacarle provecho electoral permitiendo que mucha gente muriera o se contagiara, lo cual, lejos de beneficiarlos, los perjudicó, tanto, que perdieron ampliamente los comicios.

La situación de pobreza es peor hoy, que hace apenas un año, incrementándose la falta de trabajo, salud, educación, seguridad y producción agroindustrial. A pesar de la crisis, la concentración de la riqueza en pocas manos se acentúa. Los muy ricos son cada vez menos, y los muy pobres, más. Siempre es así. Los pobres son los que más sufren.

El turismo, que tantas divisas le aporta al fisco, colapso aumentando el desempleo, el hambre, el desamparo  y la inseguridad. Por suerte, las remesas lejos de bajar aumentaron. La solidaridad de los dominicanos se incrementó, evitando males peores. Alrededor del 60% del empleo en nuestro país es informal, es decir, gente que vive del día a día. El presidente Luís Abinader encontró un país devastado por la crisis sanitaria, económica, ética y moral. Un país en ruinas. Levantarlo como el ave Fénix será difícil. Pero lo está intentando tomando medidas –algunas impopulares- pero necesarias. Los peledeístas se robaron el país. Deberían estar presos con las siglas incluidas.

Mientras pasan los días –y no llega la vacuna- la gente sigue muriendo y contagiándose indeteniblemente a pesar del esfuerzo extraordinario del gobierno, con recursos muy limitados para afrontar la crisis, tanto económica como sanitaria.

He visto irse a mucha gente, algunas muy queridas, destrozándome el corazón, con la desgracia de no poder acudir a velatorios ni al cementerios para darles el último adiós y un abrazo infinito a sus familiares. Estas navidades prometen ser las más triste que haya visto  en muchos años.