No pudo resultar más trágico el fin de semana para los Estados Unidos con la comisión de dos atentados masivos llevados a cabo con diferencia de pocas horas pero en lugares diferentes y distantes, al parecer de manera independiente y sin ninguna relación.
El primero, que las autoridades califican como un “crimen de odio” y de “terrorismo doméstico” tuvo lugar en la ciudad de El Paso, en Texas, cuando un joven armado disparó de manera indiscriminada contra una multitud concentrada en un centro comercial, matando a veintiuna personas e hiriendo a varias docenas.
Previamente el autor de la masacre, Patrick Crusius, de 21 años, quien fue detenido había subido a la Internet una diatriba racista y antiinmigrante. Aún cuando las investigaciones se encuentran todavía en proceso, ya la fiscalía de Texas adelantó que pedirá sea condenado a pena de muerte.
Ya en la madrugada tuvo lugar el segundo atentado, esta vez cometido por otro joven de 24 años, Connor Betts, quien provisto de un chaleco antibalas y una gran cantidad de municiones abrió fuego contra un concurrido centro nocturno en la ciudad de Dayton, Ohio, en una zona considerada hasta ahora tranquila y segura, dando muerte a nueve personas, incluyendo su propia hermana, e hiriendo a decenas mas. La pronta intervención de la Policía que abatió al agresor impidió que el número de víctimas fuese mucho mayor.
Aunque en otros países se han registrado actos de terrorismo doméstico, los Estados Unidos con amplio margen es donde se registra con mayor frecuencia este tipo de atentados masivos, sobre todo en escuelas y campus universitarios, centros comerciales y sitios de recreación. Es también la nación donde existe una mayor cantidad de armas, incluyendo las más modernas y sofisticadas, y de alta potencia de fuego en poder de la población civil, y resultan de más fácil adquisición en las numerosas armerías que se expanden por todo su territorio.
Cada vez que ocurren hechos de sangre estremecedores como los que acaban de tener lugar este fin de semana negro, surge con renovada fuerza el reclamo de activistas, que no parecen contar con la fuerza suficiente para presionar que se establezcan controles más estrictos sobre la venta, tenencia y porte de armas, la expedición de licencias y los requisitos para adquirirlas. En un país de aproximadamente 350 millones de habitantes, se estima que nueve de cada diez posee un arma de fuego.
Lamentablemente uno de los mas poderosos grupos que influencian en el Congreso y de los mayores aportantes a las campañas electorales es el lobby de los vendedores de armas quienes cada año mueven internamente miles de millones de dólares, lo que hace cada vez más improbable que pueda lograrse poner trabas a tan lucrativo negocio. De hecho, no son muchos los políticos que se atreven a hacerles frente.
Todo apunta, por consiguiente, a que los Estados Unidos continuarán sirviendo de escenario a estas irracionales masacres, más ahora que grupos extremistas y supremacistas están promoviendo el odio racial para lo cual parecen estar encontrando un terreno cada vez más fértil.
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