Un mar de vivencias en los pescadores del Malecón de Santo Domingo

Roberto Antonio Cabrera, “El Bello”   Fotografía: Maryelin Reyes

Roberto Antonio Cabrera, “El Bello”
Fotografía: Maryelin Reyes

SANTO DOMINGO, República Dominicana.- El movimiento de las olas  y el sonido del viento, su canción más aprendida. En sus ojos la transparencia del mar y el brillo de sol que en las mañanas los invita a pescar. Ellos, los pescadores del Malecón, no saben si será  buena -o no- la jornada.

Sus oídos permanecen atentos al llamado del mar que durante el día les indica cuándo la marea está buena para echar las redes, cuándo la marea les permite sumergirse y convertirse en uno de tantos peces en el agua.

La Tortuga, El Peje, El Busito. Son algunos de los nombres que el mar les ha dado, luego de años en este oficio.  No pescan desde ahora, pescan desde siempre. Todos coinciden en que su primera experiencia echando el sedal fue en el verde cristalino de los ríos.

“Cuarenta años aquí y nunca me ha pasado nada. Mira como estoy” dice Roberto Antonio Cabrera, “El Bello. Militar retirado, que desde 1970 hizo su elección por la pesca, olvidó las armas y dejó de lado las varillas que tanto estropearon sus manos cuando trabajaba construcción. El mar le pintó el cabello de blanco en La Plaza de los Pescadores y el sol le bronceó la piel, hasta convertirla en canela. El Caribe  le  sirve hasta para remedio. Para “El Bello” -como le dicen sus colegas-  “pescar no es un trabajo, sino una forma diferente de vivir.

Entre pescas individuales y compartidas consiguen para vivir. Por día ganan un mínimo de 3 mil pesos; cuando los peces  abundan ganan hasta 18 mil, sobre todo durante la cuaresma (este año se inició el 5 de marzo con el Miércoles de Cenizas y finalizó el 13 de abril con el Domingo de Ramos, previo a la Semana Santa), tiempo en el que algunos prescinden de la carne y prefieren el pescado. Y en la brisa, el olor a salitre, las olas que en un vaivén rompen en la orilla, está presente su salario intangible.

Es el amor lo que los mueve; es también la necesidad de trabajar de manera independiente, de ser sus propios jefes y administrar su tiempo como quieran y como el mar les permita. Para Víctor Contreras, (Sandy) no hay oficio que le dé más libertad. Ésta es su propia empresa: “nadie manda en mí, yo no mando a nadie”.

El mar también es musa de Sandy para escribir algunas de sus canciones. “Tu mueve el bote, yo muevo el bote. Movamo´ el bote…” Aquí sus días, empapados de inspiración.

Hacen las redes, pescan, limpian, venden los peces y distribuyen sus provisiones  a restaurantes del entorno como el Vesubio, La Llave del mar, El Cantábrico…

Carite, loro, tiburón blanco, colorado, pulpo, sardina, machuelo, mojarra, bonito, y peces de colores. Entran vacíos y salen repletos. El que más se vende y el más caro es el  loro a 190 pesos la libra. La más barata a 90 pesos. El carite, a 120 pesos. “Al aceite de tiburón se le saca más que al mismo tiburón”. Asegura “Sandy” que una cucharada de aceite de tiburón sirve de remedio a los asmáticos.

Una licra –de mujer- , para nadar cómodos y ligeros. “Uno se transforma con esa licrita”. T-shirt ajustado,  aletas –chapaletas- , Snoker – para respirar-, careta… uniformados de pies a cabeza para navegar.

Para ellos no hay días malos, pues si no pescan encontrarán algo más por hacer; un cocinao´ de algunos peces que quedan de la jornada anterior; “hecho en leña sabe mejor que en cualquier restaurante”, dice “El Bello”.

Ubicados justo a la derecha de la fortaleza San Gerónimo, o de lo que queda de ella, cuentan con detalle la historia de las embarcaciones que llegaron al país durante la primera intervención militar  Estadounidense de 1916. Quizá mejor que en los libros. No necesitan haberla vivido para saberla. La conocen como anillo al dedo, como pez al mar.

Recuerdan entre sus experiencias más difíciles la pesca de un tiburón de “mil libras” que casi se les entra en el bote. Estaban  casi a su merced. “No lo agarramos, él nos dejó ir a nosotros”. No hubo atarraya ni anzuelo que valiera.

No solo encuentran peces, también prendas de oro, de plata, de cualquier metal de valor de personas que en ritos y hechicerías van y piden a la “Santa del mar” que los ayude en sus penas. El  mar no se queda con nada. Devuelve los restos –extremidades- , devuelve las armas, devuelve la ropa y pone a flotar el dinero.

Con frecuencia ven a muchos –sobre todo mujeres – intentar echarse a los brazos del mar y entre palabras y palabras  evitan que el mar los abrace  hasta morir ahogados en sus penas. Testigos de la vida y de la muerte. Testigos del amor y el desamor. Han aprendido también a ser consejeros.

¨Entraron a tierra dominicana los ingleses. Llegaron y se apropiaron de todo. Nos quitaron La Marina, nos quitaron el Senado, nos quitaron hasta un sacerdote que daba misa en El Conde y trajeron un padre de ellos. Nosotros éramos muy pocos. Cuando nos fuimos corriendo porque ellos eran más, salió un batallón de  cangrejos. Ellos se asustaron y tomaron de regreso sus embarcaciones… es por eso que aquí tenemos el monumento al cangrejo¨. Sandy se refiere a los 38 navíos de guerra que llegaron a la isla en 1655 con entre ocho mil y nueve mil soldados encabezada por el almirante William Penn y el general Robert con la intención de ocupar La Española. No fue uno de los soldados, no había nacido en esa fecha, pero conoce el hecho y lo cuenta como si estuvo, como si sus ojos vieron lo que sus labios están contando.

¨Nuestro país es santo¨ dice Alberto,  otro pescador, con más de 30 años en la plaza de los pescadores. También retirado de la milicia.  No pasó un minuto cuando “el Bello” pronunció uno de sus chistes repentinos: “Santo no Alberto, nuestro país es Santo Domingo”. Trabajan entre risas y anécdotas. No son uno ni dos los que pasan a saludar a los pescadores “oficiales” de la playa San Gerónimo, del Malecón de Santo Domingo. 

Los peces no vienen contaminados

Para ellos, en los mares no hay contaminación. “Es más lo que dicen, que lo que es”. El mar contiene un yodo que al minuto de caer cualquier desecho al mar lo descontamina automáticamente. Ese yodo que contiene el mar es la sal. Los peces del río sí están contaminados pues es un agua estancada, pero el mar está en constante renovación. Incluso, hay un  pez, el doctor, que se  alimenta de las heces fecales¨ subraya Sandy.

Los pescadores del Malecón están en ley. Certificados por el Consejo Dominicano de Pesca y Acuicultura (CODOPESCA), institución que les permite regular sus artes – pescar es un tipo de arte-, lo que se puede y lo que no se puede.

Basta con mirarlos

Ellos no tienen que describir cómo se sienten en este trabajo. Sus sonrisas, sus conversaciones, la energía con la que toman sus herramientas y los chapuzones que se dan luego de trabajar dice que están realmente satisfechos con lo que hacen.

El mar en sus miradas  y el mundo entero en sus manos. Para ellos no hay mejor oficio que pescar en el azul del Malecón. Dicen que si volvieran a nacer, serían pescadores.