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Un mundo sin credibilidad en los adultos

La intención de este artículo no es desanimar o parecer pesimista, pues los psicólogos somos vendedores de esperanza. Esta es una frase muy mía que me ha acompañado durante muchos años de trabajo.

Este artículo es sólo una reflexión producto justamente de mucho ver, escuchar y acompañar a la gente durante casi 30 años de ejercicio profesional de la psicología.

Recuerdo que en mis inicios tuve el privilegio de  ser formada por un equipo técnico en el Instituto de la Familia en el que yo era la Benjamina. En aquellos años dramatizábamos un cuento de una niña llamada Lucy y a través de su historia les enseñábamos a los niños y niñas a cuidarse del abuso sexual. Por supuesto yo con un vestidito corto y unas trenzas, hacía de Lucy.

En ese entonces el mayor cuidado era protegerse de los extraños. Entrenábamos a los niños y niñas a cómo responder frente a ellos y a contarle lo ocurrido sus padres o a una persona de confianza.

Posiblemente no teníamos la conciencia que hoy tenemos de que los más peligrosos no son los extraños sino los más cercanos, pero a pesar de ello, se han colocado demasiado cerca los que hacen daño. Tan cercanos y con tanta categoría que la dificultad para identificarlos  aterra.

Me cuesta mucho aceptar que el entrenamiento en auto protección abarque tantas personas y que tengamos que decirles a los niños y niñas de hoy que tienen que cuidarse del papá, el padrastro, el tío, el profesor, el cura, el pastor de la iglesia, el nuncio apostólico, o Dios, que difícil.

Y es que por más sutil que lo hagamos es efectivamente eso, «cuídate de todos y sobre todo de los más cercanos, de los más respetables, de los que más saben y hasta de los que, supuestamente, conocen de Dios y hasta lo representan».

Que difícil la tienen los niños y niñas de hoy en un mundo donde es tan inseguro creer en los adultos:

Madres que se van a otros países en busca de una mejor vida, con la promesa de que regresarán y ellos sienten que les abandonaron y les mintieron, por el tiempo que toma el regreso anhelado.

Padres que prometen ir a buscarlos para pasear y el niño se queda cambiado porque papi no llegó, ni llamó para excusarse.

Padres que, según ellos por amor, les matan a sus madres en sus narices y luego se matan ellos mismos, dejándolos en total desamparo.

Maestros y maestras que dicen creer en la educación, comprometerse con ellos, pero los dejan esperando para clases, por una reunión del gremio o por una huelga que finalmente no tiene ningún efecto.

Legisladores que en un momento dicen que un contrato es bueno y lo aprueban rápidamente y en otro momento dicen que es una vergüenza para el pueblo. Esto a costa de quitarles justamente a los niños un país con posibilidad de ser habitado en el futuro.

Unos políticos que prometen y ofrecen educación, salud y diversión para ellos y que luego olvidan que ellos existen y están a la espera de ser atendidos.

Les pedimos a los niños cosas que nosotros no damos. Queremos que se porten bien y nosotros no lo hacemos; queremos que digan que NO, pero nosotros no sabemos decirlo; queremos que nos den amor y nos respeten pero ni los respetamos ni les damos el amor sano  que necesitan.

En fin, la falta de credibilidad en los que deberían cuidarles y protegerles es un gran dilema con el que tienen que bregar nuestros niños y niñas de hoy. Es tan serio el asunto que mejor no pensarlo, pues como seres humanos, no hay manera de creer y confiar en nosotros mismos si no hemos tenido la posibilidad de creer y confiar en alguien que nos de una idea, medianamente segura acerca del futuro.

 

 

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