No puede ser más tormentoso el panorama que presenta Latinoamérica. Quizás no sea arriesgado ni exagerado afirmar que al presente aún sin estar en guerra, somos posiblemente la región del mundo con una mayor cantidad de países en estado de ebullición e incertidumbre.
Comencemos por nuestro vecino fronterizo, donde las protestas reclamando la renuncia del presidente Juvenel Moise llevan varias semanas. Ya de por si sujeto a las mayores precariedades como el país más pobre del continente, ahora mismo está inmerso en una situación de total paralización lo cual agrava aún más las penosas condiciones de vida que arrastra su pueblo.
En Cuba, el nombramiento de Miguel Díaz Canel como presidente no ha traído ningún cambio positivo. Es más de lo mismo, teniendo detrás como verdadero detentador del poder a Raúl Castro. Se trata de un país congelado en el tiempo y anclado en un fracasado modelo económico al que se suma la falta absoluta de libertades civiles y derechos ciudadanos.
Si pasamos a México, la reciente rendición del gobierno frente al poderoso cartel de la droga que obligó a liberar a hijo del “Chapo” Guzmán evidencia que buena parte del país está prácticamente en manos de los narcotraficantes.
En Honduras, sobre el presidente pesan graves acusaciones de recibir sobornos de los barones de la droga, que han convertido el país en una especie de santuario para sus operaciones.
Hasta en la tradicionalmente pacífica Costa Rica, que se permite el lujo de no disponer de ejército y a la que por mucho tiempo se le otorgó el apelativo de “Suiza de América” han aparecido recientemente grupos que promueven la caída violenta del gobierno y han llevado a cabo actos terroristas.
Venezuela es un caos completo. El gobierno de Maduro sigue aferrado al poder a base de represión, minado por la corrupción y la ineptitud que ha sumido al país en un inimaginable estado de pobreza.
En Perú, el presidente Vizcarra disuelve la muy desacreditada Asamblea Nacional que ha estado obstaculizando su campaña contra la corrupción.
En Colombia hay amagos de revivir la guerrilla de la FARC por un grupo de disidentes todavía reducido pero que con el apoyo de Maduro pudiera crecer en el futuro.
Pasando a Bolivia nos encontramos con que Evo Morales, con un descaro inaudito, acaba de protagonizar el más escandaloso fraude electoral con la complicidad de autoridades nombradas por el y convertidas en sus sumisos servidores, para asignarse un cuarto mandato, violando su propia Constitución.
Obligado a declarar el estado de emergencia y mudar provisionalmente la sede del gobierno de la capital Quito, a la ciudad de Guayaquil, Lenin Moreno, por vía de una oportuna e inteligente negocición, pudo controlar las violentas protestas que hicieron temer por la estabilidad de su gobierno.
No ha navegado con la misma suerte en Chile el gobierno del presidente Piñera. Si bien se han reducido los actos de vandalismo, persisten las masivas manifestaciones de protesta sin que el anunciado programa de beneficios sociales y económicos anunciado por el mandatario parezca poder aplacar el exaltado ánimo popular.
Frente a ese cuadro, del cual por suerte no formamos parte, tenemos que mostrarnos en extremo celosos para tratar de mantener nuestra todavía un tanto frágil institucionalidad e inmaduro sistema democrático. Abocados a una elección que será en extremo disputada, debemos poner especial cuidado en que el proceso se desarrolle con la mayor normalidad y transparencia, evitando que se desboquen las pasiones, apoyando el trabajo de la Junta Central Electoral, velando porque los partidos y candidatos se ajusten a las reglas establecidas y las urnas reflejen con la mayor pulcritud la voluntad del electorado, para no poner en riesgo la estabilidad de que disfrutamos, y que pese a todas sus imperfecciones, ciertas o fabuladas, comprobadas o exageradas, sigan marcando distancia con la mayoría de los países que integran el enturbiado mapa continental.