En “Vita Prima”, el biógrafo franciscano Tomás de Celano narra que “un día en que en la iglesia se leía el Evangelio, el Santo de Dios, presente en la lectura, suplicó al sacerdote que le explicara el Evangelio. San Francisco entendiendo que los discípulos de Cristo estaban obligados a no poseer ni oro, ni plata, ni moneda; a no llevar bolsa ni zurrón, ni pan, ni bastón, a no tener zapatos, ni túnica de repuesto, se puso a gritar: ¡He aquí lo que quiero!”.
Se refería a Francisco Bernadone, el hijo de Pedro y de Pica, una pareja del vecindario de Asís, el rescatador, junto con Domingo de Guzmán, de una iglesia comprometida con la redención de los pobres en momentos en que éstos pensaban que el sacrificio en la cruz solo había servido para la creación de una élite eclesial indiferente al dolor y los sufrimientos de los desvalidos.
En vez de seguir detrás de unos jerarcas atiborrados de lujos, enriquecidos hasta más no poder, la gente estaba siendo atraída por el ejemplo de vida de unos señores empoderados de un dualismo conceptual que les llevó a pensar que Dios y el Diablo comían del mismo plato y residían en un solo cuerpo, que el hombre era una muestra de lo malo y de lo bueno, y que en la sabiduría de su vida estaba el factor dominante, y resulta que esos individuos no les hacían daño a nadie y por el contrario actuaban como una mano solidaria, por eso se les bautizó como los Bons Homes.
Francisco Bernadone y Domingo de Guzmán pensaron que esos señores estaban más cerca del mensaje de Jesús que los acumuladores de riquezas, pero ellos no creían que Dios y el Diablo eran la misma cosa, así que le propiciaron a la iglesia un camino que la retornaba al mensaje primigenio con la formación de dos órdenes mendicantes: la franciscana y la de los domínicos, una inspirada en lo devocional y la otra dirigida al área académica.
Un milagro motivó que Inocencio lll autorizara a Francisco dar manos a la obra con el proyecto que le presentó, fue un sueño revelador: la basílica de Letrán se venía abajo y se observaba a un mendicante sosteniéndola y volviéndola a su lugar. Al escuchar a Francisco pensó en la consumación de lo que había soñado.
Para Francisco “la vida no podía tener sentido más elevado que dar su fe a una dama tan noble, tan rica, tan bella y sabia, que nadie de vosotros ha visto nunca algo semejante: la Dama Pobreza, pero ocurre que también los franciscanos les tomaron el camino del confort, y Francisco, como lo hizo Benedicto XVI, renunció a su creación, teniendo más suerte que Domingo de Guzmán que también renunció pero la muerte se adelantó a sus planes y se lo llevó sin aguardar la sustitución, y peor aún al segundo se le calumnia y se le maldice, considerándosele como inquisidor, cuando esa institución tomó cuerpo diez años después de su muerte.
Al ser escogido como nuevo papa, el cardenal argentino Jorge Mario Bergoglio, pontífice 266 de la Iglesia Católica, escogió el nombre de Francisco para sus actuaciones papales, y aunque también es discípulo de Francisco Javier, la mano derecha de Ignacio de Loyola, su hoja de vida y propósitos están asociados a los propósitos de Francisco Bernande, aspira a una iglesia más evangélica y menos ostentosa, más cristiana.
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